Acá la crítica de Ricardo Bedoya publicada en el diario en El Comercio de Lima con el título: El terror en la era You Tube.
“Poltergeist, juegos diabólicos”, de Tobe Hooper, fue la película que insertó al terror fílmico en la era de la electrónica. El miedo ya no era originado por la penumbra de un pasillo, el chirrido de una puerta o la ambientación gótica de una casa fantasmal, sino por la luz intensa y pura, blanca y absorbente, generada por la pantalla de un televisor convertido en umbral del más allá. Más tarde, “Scream, la máscara de la muerte”, de Wes Craven, situó el pavor en tiempos de teléfonos portátiles y llamadas deslocalizadas, mientras que “El proyecto de la bruja de Blair”, grabada con una cámara digital, abrió la vía para el horror que se registra simulando el tiempo directo y la experiencia del reportero, como lo hicieron luego “El diario de los muertos”, “Cloverfield” o “REC” y “REC 2”.
“Actividad paranormal”, de Oren Peli, aporta el dispositivo del video digital doméstico para sugerir el horror que viene del fondo del encuadre, desde los confines de la mirada, y de paso recordarnos que las películas de terror aspiran a ser “colgadas” sin más trámite en You Tube.
La película de Oren Peli busca dar la apariencia laxa, desaliñada y cotidiana de una grabación casera. Pero no cualquier grabación, sino una que pretende registrar hechos excepcionales: las manifestaciones de un ente siniestro, acaso un íncubo que acosa el sueño de la joven esposa de un matrimonio radicado en San Diego. En la primera parte de la proyección nos enteramos del proyecto de grabar el amenazado sueño de la pareja y suponemos que la obsesión del marido por la ubicua cámara debe ser consecuencia de algún plan para hacerse famoso a través de You Tube.
El director Oren Peli sabe muy bien que sus imágenes tienen la textura más bien trivial de una grabación utilitaria y duda de la capacidad de la imagen digital y su transparencia audiovisual, de “grado cero”, para dar cuenta de lo ominoso. Se desvía entonces de la línea central del asunto y se dedica a jugar a la ouija, a exponer antecedentes y a consultar a un médium. Los costados diurnos y explicativos de la cinta, con la cámara en mano recorriendo los espacios de la casa, no convencen y resultan convencionales y flojos.
Mejor es cuando la cámara queda fija, en “rec”, con el código de tiempo sobre la imagen, mientras transcurren las horas de la madrugada. El acierto de esos momentos de espera radica en la porción del espacio abarcado por el encuadre: la cama ocupa el lado derecho de la pantalla y el pasillo que conduce a las escaleras el izquierdo. Entre ellos hay un espacio invisible que es producto de una inteligente construcción del sonido (puro diseño de ruidos que provienen desde fuera del campo visual), de dosificación de huellas de talco, signos de una presencia material que no vemos, y de súbitos movimientos de los objetos. Oren Peli conduce nuestra mirada por un espacio quieto, graduando la profundidad del campo visual a partir del sombreado de los rincones o los extremos del pasillo. El mayor o menor volumen de los ruidos, con la impresión de cercanía o lejanía que ocasionan, incitan a ajustar la mirada hacia el lugar que recorre la presencia invisible. Lo funesto se descubre de modo retrospectivo: hemos visto un material encontrado por la policía, el “found footage”, prueba de que la imagen digital, con todo su naturalismo, fracasa en el intento de captar la fisonomía de lo maligno. Se contenta con registrar signos, indicios y huellas que el camarógrafo no podrá colgar personalmente en You Tube.
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