jueves, 29 de diciembre de 2011

El ojo del diablo (de Ingmar Bergman)

"La castidad de una mujer es como un orzuelo en el ojo del diablo."

La castidad de Britt-Marie, hija de un pastor de la Iglesia, le provoca a Satán una verruga en un párpado, así que, para deshacerse de ésta, manda a la Tierra a don Juan Tenorio para que la seduzca.

martes, 27 de diciembre de 2011

Un domingo cualquiera (de Oliver Stone)


Cuatro años antes, los Tiburones de Miami, dirigidos por el entrenador D'Amato (Al Pacino), habían ganado dos campeonatos consecutivos, pero ahora sólo consiguen acumular derrotas. Además, el público escasea y los antiguos ídolos están en el ocaso de sus carreras, particularmente Jack "Cap" Rooney (Dennis Quaid), que a sus 39 años se aferra desesperadamente a lo poco que le queda como jugador profesional. Por otra parte, son frecuentes los conflictos con Christina Pagniacci (Cameron díaz), la joven presidenta y propietaria de los Tiburones. Por si esto fuera poco, fuera del campo, D'Amato tiene serios problemas familiares. (FILMAFFINITY)

martes, 9 de agosto de 2011

Ayrton Senna da silva


Un predestinado. Ayrton Senna da Silva (Sao Paulo, 1960 - Bolonia, Italia, 1994), héroe deportivo brasilero, ganador nato, un capo de la fórmula 1 y un creyente sin parangón.

Hay mucho por hacer, mucho por aprender. Pero no tengo mucho tiempo”.

El último día que se subió a un auto de fórmula 1, tomó la Biblia y leyó que Dios le iba a dar el mejor regalo: Él.




Director: Asif Kapadia

viernes, 5 de agosto de 2011

Un cuento chino... o tantas veces Darín



Ayer vi Un cuento chino, una gran tragicomedia argentina, donde Darín ratifica su consabida calidad. "La vida es un gran sinsentido, un absurdo", dice el personaje principal que precisamente colecciona noticias increíbles, absurdas (afición que prolongó del padre).
-¿Cómo te trata la vida, querido?
-Como el culo.
Otro gol del cine argentino. Acá la crónica de Carlos Boyero.

UNA SOLEDAD CON ALMA

Si exceptuamos unos ojos poderosamente expresivos, no existe nada excepcional en el físico de Ricardo Darín. Pero su credibilidad y su campo magnético son inagotables en una galería muy variada de gente. Ha demostrado un instinto notable para elegir guiones con cuerpo y alma, pero incluso cuando se ha equivocado y todo es naufragio en determinadas películas, cuando está obligado a decir y hacer cosas que rezuman falsedad pretenciosa, él se las ingenia para otorgar algún momento de verdad a sus personajes. Y, por supuesto, posee el imán que caracteriza a determinadas personalidades, la cámara lo quiere y contagia ese amor al espectador. De entrada, siempre apetece ver una película protagonizada por él. Y te puede derretir con su enorme talento cuando se pone al servicio de una historia que merece la pena ser contada y un director en estado de gracia, algo transparente en su inmemorable canalla de Nueve reinas y en el lirismo dolorido de El secreto de sus ojos.

Darín puede dar vida a tipos muy variados, a los sentimientos más complejos, a la turbiedad y lo cristalino, la derrota y la supervivencia, la anormalidad y la normalidad sin dejar de ser él mismo. Es de esos actores superdotados y con algo especial que aparecen muy de vez en cuando en cinematografías fuera del Imperio. Javier Bardem también pertenece a esa raza. Lo extraño en el caso de Darín es que siga trabajando en Argentina, que el cine estadounidense no haya importado a precio de oro una personalidad como la suya.

Un cuento chino, dirigida por Sebastián Borensztein, es una película más amable que agria, digna y creíble, un cuento con origen triste que se empeña en hacer reales conceptos tan anticuados como la compasión y la solidaridad, el retrato de una soledad elegida que no se ha enquistado en la indiferencia ni en el egoísmo. Sus protagonistas son un chino desolado por esos accidentes absurdos que machacan la existencia, esas pérdidas afectivas que despojan de sentido al presente y al futuro, aislado y sin un peso en un país y un idioma que desconoce, y un ferretero solitario y disciplinadamente maniático, coleccionista de noticias extrañas que aparecen en los periódicos de cualquier parte, alguien que a pesar de sus imborrables traumas y sus permanentes fantasmas no ha perdido el sentido de la justicia ni la indignación moral, dispuesto a soltarle un cabezazo a la autoridad irrespetuosa y abusona, al proveedor que intenta estafarle mínima y cotidianamente en los negocios acordados, al cliente rompe-pelotas y melifluo.

La casual, surrealista y protectora relación que establecen a base de gestos, equívocos e intuiciones estos seres a la intemperie, aunque la del chino sea absoluta y la del ferretero disfrute de un refugio tan acorazado como patético, está bien contada. Igualmente, tiene mucho mérito por parte del director la creación de una atmósfera peculiar describiendo la desesperanzada vida y los rituales fijos de ese perdedor introvertido, cascarrabias con causa, secretamente tierno, generoso a su pesar, incapaz de dejar abandonado a su trágica suerte a un paria que va a alterar su sagrada intimidad.

No es una película retórica ni sensiblera, aunque el tema se prestara a ello. Tal vez le sobre el previsible desenlace a este cuento tierno, pero no está mal pensar que los desamparados afectivos pueden encontrar alguna vez un lugar en el sol. No suele ocurrir en la vida real, pero las ficciones se pueden permitir esa esperanza. Además, la taquilla siempre se lo agradece. Pero, sobre todo, está la interpretación de Ricardo Darín. Te hace comprender, respetar y querer a ese misántropo que no ha perdido el corazón.

jueves, 16 de junio de 2011

Compromiso con talento


Durante los primeros meses de este año he tenido la oportunidad de ver las grandes películas que nos trae el cine español. Pa negre (Pan Negro) es la gran ganadora de los últimos premios Goya y es, desde luego, una película que se puede dejar de recomendar.
Y también la lluvia proyecta una temática muy en boga que nos podría ayudar a comprender lo que pasa en Puno y en el Perú en general y, así, tratar de entender por qué el pueblo quiere un gran cambio. Una película con un mensaje clarísimo.
Los ojos de Julia una gran película de terror con la notable Belén Rueda (Madrid, 1965) siempre recordada por Mar adentro, el Orfanato y El mal ajeno (de Óscar Santos), también recomendada en este blog.




Acá el comentario del crítico Carlos Boyero: "Todo es irreprochable en Pa Negre" del director Agustí Villaronga.

Veo la abrumadoramente larga gala de los Goya en la casa de unos amigos españoles en Berlín. No son especialmente cinéfilos ni pierden el sueño por los esplendores, desdichas y crisis del cine español, pero tienen tal sentido de la cortesía y la generosidad que logran piratear la señal de Internet para que yo pueda observar de forma difusa en la pantalla de un ordenador lo que acontece en el Teatro Real y pueda cumplir con mi obligación. También me hacen heroica compañía en esa fiesta interminable que dura más de tres horas . Calculo que si existiesen todavía los espacios publicitarios en la televisión pública lo más probable es que hubiéramos llegado al amanecer.

Las imágenes que vislumbro a través de esa pantalla me quitan para siempre los deseos de aprender a ser corsario en Internet. Ver de esta forma películas, programas de televisión, series y partidos de fútbol no entra en mis anhelos masoquistas. Seguiré comprando DVD y discos al precio que me exijan los enfurecidos y estafados creadores. Nunca atentaré contra los sagrados derechos de autor. Jamás dejaré que me laven el cerebro los internautas ni que se apodere de mí el síndrome de Estocolmo, como aseguran los escandalizados sabios que le ha ocurrido a Alex de la Iglesia, ese chico que era tan querido y admirado por sus colegas hasta hace poco y que sufrirá el destierro de su hogar ancestral por traidor, por haber enloquecido repentinamente, por plantearse que la Ley de esa ministra tan lúcida a lo peor tampoco sirve para que el desagradecido público se enamore de nuevo del cine español (¿lo ha estado alguna vez?) y retorne a las depauperadas salas que le dan cobijo.

Escucho el ardoroso y emotivo discurso con el que se despide de la presidencia de la Academia el hijo pródigo y me parece que es sincero en su furia y en su tristeza, que está convencido de que o su familia artística cambia de rollo ante las exigencias de una revolución imparable o el negocio común se irá al infierno. Hay aplausos tibiamente educados para el apóstata. No le lanzan flechas ni tomates. Pero sospecho que Alex de la Iglesia va a quedarse muy solito a partir de ahora, que se acabaron las risas a sus gracias, las palmaditas en la espalda, el baboseo, el respeto fingido o real hacia su imaginativo cine y su desbordante personalidad.

La ceremonia empezó bien, con un numerito cantor y danzarín acaudillado por Luis Tosar que tenía bastante gracia. También con la habitual comicidad, inteligencia e ingenio que desprende el impagable presentador Andreu Buenafuente. Pero la cosa fue decayendo, yo al menos precisé una notable paciencia para aguantar hasta el final las expectativas, derrotadas por las inacabables dedicatorias de la mayoría de los premiados, por sketches que se empeñaban vanamente en despertar la carcajada.

Las cuatro películas que competían eran muy atractivas. Este año no se había colado ninguna mediocridad arropada por la capacidad de adhesión que generan las productoras que ofrecen continuo trabajo a sus encantados votantes. Que haya ganado Pa negre , ese veraz, complejo, hondo, violento, estético y sombrío retrato de las barbaries que pueden ocurrir en la posguerra, los abusos de los ganadores y la aterrorizada supervivencia de los vencidos, de la mezcla de luces y sombras que existen en las relaciones de poder, es irreprochable. Es la película más sólida y emotiva que ha rodado ese director siempre inquietante llamado Agustí Villaronga . El trabajo de Nora Navas, Laia Marull, Marina Comas y Francesc Colomer es impecable. También gratamente sorprendente en el caso de esos niños tan espontáneos y creíbles.

Biutiful, una película que a ratos me irrita, posee un imán muy poderoso y es la admirable interpretación, entregado en cuerpo y alma, de Javier Bardem.

Cuentan que el guión que escribió Chris Sparling en Buried dio infinitas vueltas por las productoras norteamericanas antes de que Rodrigo Cortés se obstinara en hacer una película apasionante sin salir de un atáud. Lo que le ocurre dentro de ese espacio claustrofóbico a una persona horrorizada está poderosamente descrito en su escritura. La idea es tan original como el desarrollo. Hubiera sido demasiado mezquino negar algunos incontestables medios técnicos a Balada triste de trompeta. Y entiendo la expresión desencantada de Iciar Bollain al ver que También la lluvia, dotada de razones para ser la favorita, tuviera que conformarse con premios menores, incluido uno bastante merecido a la breve y rotunda interpretación de Karra Elejalde, actor con cuyo histriónico arte casi nunca he logrado conectar. No puedo opinar todavía de Chico y Rita, pero es de esas películas que tengo inaplazables ganas de ver. Disfruté con la elaborada frescura, la atmósfera y las descripciones sentimentales que crea David Pinillos en Bon apetit.

Sospecho que vamos a echar de menos a Alex de la Iglesia al frente de esa cosa tan tortuosa llamada Academia de Cine. Al menos, debería de convencer a Buenafuente para que siguiera presentando los Goya.




COMPROMISO CON TALENTO. Crítica de Carlos Boyero.
Dirección: Icíar Bollaín. Países: España, Francia y México. Año: 2010. Duración: 104 min. Género: Drama.

A cualquier cinéfilo joven le resulta familiar que han existido ancestralmente géneros denominados comedia, terror, bélico o western (aunque este lleve mucho tiempo en estado de defunción) pero le puede sonar a marciana la certidumbre de que en una duradera época se prodigaron etiquetas tan prestigiosas como cine político, social y de denuncia. Y se preguntarán cuáles eran los imprescindibles requisitos para inscribirse en esas temáticas. También la fe en que el cine podía ser utilizado como un arma para cambiar el mundo. Los posmodernos, esos impostores que no inventaron nada aunque supieran tanto del vacío vendible, se partieron de risa años más tarde ante esos planteamientos entre naifs y apolillados del cine militante. Y como todo en la vida, en esos géneros con vocación de trascendencia convivieron lo mejor y lo peor, el planfletario necio y el retratista complejo, el voceador de consignas esquemáticas y el intelectual en posesion de matices y capacidad para sembrar la duda.

El guionista Paul Laverty, habitual colaborador para bien y para mal en el siempre identificable cine de Ken Loach, y la directora Iciar Bollain, representan dos visiones del mundo, sensibilidades, formas de acercarse a la realidad, que estaban destinadas a encontrarse. El resultado en También la lluvia destila cosas buenas, matices, verosimilitud, sentimiento, las mejores esencias de ese cine político que dejó de estar de moda hace tanto tiempo.

Cine dentro del cine

Hay varias historias en esta película, incluida esa tan arriesgada del cine dentro del cine. Todas ellas funcionan. adquieren sentido al mezclarlas. Está la del rodaje en Bolivia de una concienciada película que reconstruirá el expolio y la legalizada barbarie que sufrieron los indígenas cuando las carabelas de Colón desembarcaron en América, la rebelión de éstos ante el tributo en oro que les exigen los civilizados depredadores, la protesta ante la voracidad de los colonizadores y la indefensión de los nativos del cura Bartolomé de las Casas. Le acompaña el retrato sicológico de la gente que está haciendo esa película, sus relaciones con la población indígena que actúa como secundaria y extra a precios tercermundistas, los tormentos internos y las dificultades externas para lograr que esa ficción que reconstruye un pasado atroz pueda llegar al final en medio de las tensiones ambientales, el dilema y el desgarro del posibilista productor, el angustiado director y los acojonados o dignos actores protagonistas al ser obligados por las circunstancias a tomar partido entre el arte y la realidad. La tercera historia se centra en el grito popular y las manifestaciones en Cochabamba contra la privatización del agua concedida a una multinacional, acaudillada por un indio que interpretaba en la película al lider indígena que se sublevó contra los invasores españoles.

El tema es suculento para las tentaciones de maniqueísmo, algo contra lo que no tengo prejuicios si es inteligente, si logra convencerme de que existen los buenos y los malos. Pero aquí tampoco aparece. Sí las luces, sombras, dudas, miedos, huidas, miserias, coraje , paradojas y contradicciones de los que pretendiendo denunciar mediante el arte atrocidades del pasado descubren que en la vida real y en su presente se está repitiendo la antigua tragedia de los eternos perdedores.

También la lluvia es algo más que un retrato digno acompañado de inmejorables intenciones. Es una buena y compleja película. Iciar Bollain cree en lo que está contando y lo sabe transmitir con talento.




LOS OJOS DE JULIA de Guillem Morales (una presentación de Guillermo Del Toro).
Boyero no gusta de este largometraje, es más cree que es una gilipollez: "Me parece directamente infame. Es de estas películas que cuando pretenten asustarte, te ríes. Belén Rueda es una mujer bellísima con algo especial, una de las grandes sorpresas del cine español. Pero en esta película todo me parece increíble".

jueves, 14 de abril de 2011

El mal ajeno (de Óscar Santos)


La cinta cuenta la historia de Diego, un médico tan acostumbrado a manejar situaciones límite que se ha inmunizado ante el dolor ajeno. El intento de suicidio de Sara, una de sus pacientes, hará que su compañero sentimental señale a Diego como responsable directo de lo ocurrido. Durante un inquietante encuentro, Diego es amenazado con una pistola. Horas después, sólo recuerda el sonido de una detonación y la extraña sensación de haber recibido algo más que un disparo.

El encierro (de Tommy O'Haver )



El encierro (Un crimen americano), basada en la historia de Gertrude Baniszewski, una ama de casa de los suburbios que, en los años sesenta, secuestró y mantuvo a una niña encerrada en el sótano en su casa de Indiana. Allí la sometió a todo tipo de torturas, e incluso instó a sus seis hijos y a varios vecinos a que participaran de este juego macabro.

Datos de la historia real (Wikipedia):

Sylvia Marie Likens (1949-1965) fue una víctima de asesinato, tortura y violación de Indianápolis, Indiana (Estados Unidos). Fue torturada hasta la muerte por Gertrude Baniszewski y sus hijos, así como varios jóvenes y niños del vecindario. Aunque muchos vecinos admitieron haber oído gritos y lamentos procedientes de la casa de Baniszewski, no avisaron a la policía porque ellos consideraban que era mejor no entrometerse. Cuando se dio a conocer el caso de Sylvia Likens en Estados Unidos, el país entero quedó horrorizado. Los médicos forenses describieron el caso como "el caso de abuso físico más terrible del estado de Indiana". En su honor, hay un pequeño monumento con su foto colocado por orden del Departamento de Policía de Indianápolis.

En junio de 1965, Jennifer y Sylvia Likens fueron dejadas al cuidado de una ama de casa llamada Gertrude Baniszewski, una señora asmática con seis hijos (de diferentes padres) a quien habían conocido pocos días antes en la Iglesia. Sylvia era una muchacha callada y agradable a la que todos querían, que además ayudaba fregando los platos y planchando. Su hermana Jennifer también era muy callada, y había nacido con una pierna encogida, que había ido avanzando hasta llegar a poliomielitis. A pesar de su discapacidad, se las arreglaba para bailar y montar en patineta. Sus padres, Betty y Lester Likens, pagaron a Baniszewski unos muy necesitados 20 dólares a la semana por cuidar de las niñas, y quedaron convencidos de que Gertrude cuidaría de Sylvia y Jenny como de sus propias hijas. Al principio, todo iba bien, y las chicas parecían llevarse bien con los chicos Baniszewski. Tal vez el primer aviso del horrible crimen que iba a ocurrir después fue exactamente después de siete días de su llegada, cuando los 20 dólares llegaron con un día de retraso. Entonces, Baniszewski llevó a las niñas al sótano y les dijo: «Bien, perras, he cuidado de vosotras durante una semana por nada. El cheque de vuestro padre no ha llegado». Cuando Sylvia intentó explicar que seguramente el dinero se había retrasado, Gertrude ordenó a ambas que se inclinaran sobre una cama, se quitaran la falda y ropa interior y las azotó con una pala en las nalgas. Como Jennifer tenía poliomielitis y era la más pequeña, Sylvia propuso a Gertrude que la castigara a ella en vez de a su hermana pequeña. Baniszewski accedió.

Después de una semana, Betty y Lester Likens vinieron a visitarlas. Nadie se quejó y los Likens se marcharon contentos. A partir de entonces, Baniszewski y sus hijos, así como varios adolescentes del barrio, empezaron a abusar física y psicológicamente de Sylvia. En realidad no podía soportar a las chicas, pero sobre todo a Sylvia, a quien acusaba de ser una sucia y una promiscua. Un día, Gertrude le preguntó a Sylvia por qué pasaba tanto tiempo en la tienda de alimentos donde trabajaba. Likens explicó que había encontrado botellas de soda vacías y que las estaba llevando a la tienda para ganar unos cuantos centavos extra. Baniszewski no le creyó y la obligó a desnudarse completamente e introducirse una botella de Coca-Cola en la vagina delante de todos sus hijos y de Jenny. Este suceso, en la vida real, ocurrió dos veces. La primera vez la botella se rompió estando en el interior de la niña y los cristales rotos le desgarraron las paredes vaginales. Cuando esto ocurrió, todos menos Jennifer estallaron en risas y aplausos, mientras Baniszewski no paraba de fumar. También le pegaba muy a menudo con una paleta de casi un centímetro de espesor. Cuando ella se cansaba de esa tarea, cedía el derecho a manipular la paleta a su hija mayor, Paula. Paula Baniszewski tenía 18 años y era obesa. Pesaba 86 kilos. Paula pegaba a Sylvia varias veces al día.

A la hora de cenar, Sylvia generalmente no comía nada. Se limitaba a observar como los demás comían. En muchas ocasiones, su hermana Jenny robaba disimuladamente un poco de pan para ella, pero tenía tanto miedo a Gertrude que nunca se atrevió a desafiarla. Una vez, Sylvia tuvo que quitar a Paula su traje de educación física, ya que sin él no podía dar la correspondiente clase de gimnasia. Cuando Gertrude se enteró, mandó a su hija Stephanie, una prostituta, y a su novio, Coy Hubbard, a arrojarla por las escaleras del sótano. Sylvia recibió un fuerte golpe en la cabeza y permaneció inconsciente durante casi dos días. Coy Hubbard, quien tenía 15 años y era el novio de una de las hijas de Gertrude, pesaba 85 kilos y medía casi dos metros. Se convirtió en uno de los peores tormentos de Sylvia. Era una especie de experto en judo y le encantaba lanzar a la chica por el aire. En el sótano de los Baniszewski, había un viejo colchón, que se suponía que le proveería a Sylvia un suave aterrizaje. Coy, generalmente, calculaba mal, y Sylvia aterrizaba con un crujido en el suelo de cemento. Todo el mundo se reía. Nadie, incluyendo a Jenny, hizo nada al respecto. De hecho, todos, menos Paula, parecían deleitarse con su comportamiento.

El 28 de julio de 1965, el reverendo Roy Julian pasó a saludar. Se fue bastante preocupado por la señora Baniszewski, pues en su condición era difícil soportar tal contingente de niños. La señora Saunder, enfermera de salud pública, hizo una llamada. Gertrude explicó que una de las niñas a su cuidado, Sylvia Likens, era una prostituta y estaba corrompiendo a sus hijos. La señora Saunders se compadeció, pero nunca volvió a llamar. Una vez, Sylvia orinó en su cama sin darse cuenta. Esto fue porque la niña recibia de castigo patadas entre las piernas, y de tantas patadas perdió el control de su vejiga. Gertrude, enfadada, volvió a introducirle la botella de Coca-Cola en la vagina, aunque esto era algo ya habitual para Sylvia. Entonces, Baniszewski decidió que Sylvia no estaba a la altura para dormir arriba con el resto de la familia. El sótano y el colchón serían lo suficientemente buenos para ella. A partir de entonces, Sylvia sólo se alimentó de una pequeña porción de agua y galletas saladas a la semana. También fue torturada y obligada a comer sus propias heces. La muchacha se desnutrió y deshidrató. De vez en cuando, los chicos Baniszewski la sumergían en baños excesivamente calientes. Cuando salía, su piel estaba irritada y roja por el calor. Una vez se desmayó en la bañera y fue sacada por el pelo. En un momento dado (muy difícil de señalar según los médicos forenses), Sylvia dejó de resistirse a sus castigos. Entonces, la señora Baniszewski le arrancó la blusa y los pantalones cortos, que es el estado en el que se quedaría Sylvia durante el tiempo de vida que le quedaba allí. A John Baniszewski Jr., a pesar de tener sólo trece años, le gustaba escuchar los dolorosos gritos de Sylvia cuando le pegaba patadas o apagaba los cigarrillos de su madre en los brazos, piernas o estómago de Likens. También gozaba al darle puñetazos en el rostro, golpearle el vientre o patearle y pisarle la cara mientras estaba en el piso.

A Ricky Hobbs, un muchacho del barrio de Indianápolis, le había gustado Sylvia desde el momento en el que llegó, pero ella le rechazó y empezó a salir con otros chicos, lo que le produjo un gran odio hacia ella. En varias ocasiones, él y Coy Hubbard ataban a Sylvia Likens a una viga de madera que había en el sótano, después de una gran cantidad de golpes que le propinaban ambos. En una ocasión, Richard Hobbs acogotó a Sylvia durante tanto tiempo que todo el mundo pensó que se había muerto. Durante ese largo período, la señora Baniszewski contó por todo el vecindario que Sylvia era una prostituta, lo que causó que los vecinos no la miraran con buenos ojos. Luego obligó a la niña a escribir varias cartas donde detallaba escabrosos asuntos sexuales y confesaba que era una prostituta. Gertrude dijo además que Sylvia no había hecho más que causar problemas desde que llegó a su casa y que era una muchacha inmanejable, y que justamente por eso la había enviado al Reformatorio de Indiana. Los vecinos y vecinas que vivían a lado de la casa de la señora Baniszewski oían gritos, lamentos, gemidos y golpes, pero no hicieron nada al respecto porque pensaron que era mejor no meterse en problemas.

El hogar de los Baniszewski era el punto de encuentro de muchos chicos y chicas del barrio. Cuando varios jóvenes observaron que Sylvia soportaba el abuso al que era sometida, ellos también comenzaron a mofarse de ella y a aplicarle castigos físicos. Los chicos la mordían, besaban, acosaban, intimidaban, y abusaban de ella sexualmente. También traían a sus respectivas novias y a varios amigos, que también se reían de ella. Nunca pensaron que la broma iba a llegar tan lejos. Cuando en el juicio se les preguntó por qué habían hecho eso y por qué no habían ayudado a Sylvia, todos contestaron lo mismo al fiscal: «No lo sé, señor». Frecuentemente, estos otros invitados también decidían participar en los tormentos a la niña. Alguien hizo un dibujo de la niña poniéndole cuerpo de mujer y una posición sexualmente explícita. Este dibujo circula hoy día por Internet. Pocas semanas antes de su muerte, Gertrude, con una aguja al rojo vivo, escribió en el abdomen y estómago de Sylvia: «Soy una prostituta y estoy orgullosa de serlo». A mitad del trabajo se cansó, pero Ricky Hobbs continuó el trabajo por ella mientras John Baniszewski Jr. le sujetaba los brazos a Sylvia Marie. A la mitad de penúltima palabra, la aguja dejó de quemarle la piel, por lo que Hobbs empezó a hacerle cortes en vez de rozar la aguja en la piel para escribir. «¿Qué harás ahora, Sylvia?», musitó Gertrude con la mirada fría. «¿Qué harás? Ahora ya no podrás mostrarte desnuda ante ningún hombre sin que te vea la marca. Ahora ya nunca podrás casarte. ¿Qué vas a hacer?». El mayor castigo para aquella mujer, más allá de las torturas, de las palizas, de las humillaciones, parecía ser el no permitir a la muchacha que se casase, el dejar que viviera sola -como ella- para siempre. Esa tarde, Coy Hubbard pasó por la casa. Golpeó a Sylvia en la cabeza con un palo de escoba, dejándola inconsciente. Pocos días antes de la muerte de la muchacha, ella intentó escaparse. La descubrieron y fue duramente castigada. Su hermana Jennifer Likens fue obligada a abofetearle la cara hasta que estuviera completamente roja. El día anterior a la muerte de Sylvia Likens, Paula Baniszewski le dio a Sylvia su tratamiento especial: le pasó sal por todas sus heridas. A la mañana siguiente, Sylvia estaba casi incoherente. Tenía moretones, cortes y heridas de todo tipo por todo el cuerpo, hedía a causa de la falta de aseo, las cicatrices de quemaduras resaltaban por todas partes de su piel y hablaba sobre irse con sus padres y alcanzarlos en la feria donde se encontraban. Gertrude decidió que debía mojarla con la manguera. Una manguera de jardín fue llevada hasta el sótano. Todo el mundo se rió mientras el agua salpicaba sobre el demacrado cuerpo de Sylvia Likens. Ella no se movió. No pudo hacerlo. Estaba muerta.

Richard Hobbs fue quien llamó a la policía con la vaga noción de que le harían el boca a boca y ella resucitaría milagrosamente, quedando ellos como héroes, y que todo estaría bien. Al ver el cuerpo, los oficiales y médicos declararon que el de Sylvia Likens era el peor caso de abuso físico que habían investigado en la historia del estado de Indiana. Sylvia Likens murió por hemorragia cerebral, shock y desnutrición.
Juicio

En el juicio, los adolescentes y niños del barrio aceptaron su culpabilidad y detallaron los castigos a los que habían sometido a Sylvia. Gertrude Baniszewski intentó librarse de la cárcel cargando toda la culpa en sus hijos y los adolescentes del barrio, aludiendo que ella no sabía nada de lo que ocurría en el sótano, pero todos los niños declararon lo mismo sobre Baniszewski: ella alentaba la tortura y participaba en ella. Jennifer Likens declaró lo mismo.

La mayoría de las personas que fueron invitadas a ver cómo torturaban a Sylvia, terminaban maltratandola también, la humillaron y violaron, y ellos parecían deleitarse con todos esos gritos de dolor y querían también maltratarla, en el momento del juicio, el fiscal les preguntó el porqué de su actitud, por qué maltrataban también a Likens, por qué no hicieron nada para ayudarla, todos contestaron que no sabían, ninguno de ellos supo justificar su actitud.
Condenas

* Gertrude Baniszewski fue hallada culpable de asesinato en primer grado y sentenciada a cadena perpetua. Se le recluyó en la Prisión de Mujeres de Indiana. Obtuvo su libertad condicional el 4 de diciembre de 1985, luego de estar veinte años en prisión. Poco antes de morir en 1990, Gertrude Baniszewski aceptó finalmente su culpabilidad, responsabilizando a sus problemas personales y a una serie de medicamentos que ingería, por sus actos criminales.

* Paula Baniszewski fue hallada culpable de asesinato en segundo grado y sentenciada a cadena perpetua. Obtuvo su libertad condicional el 23 de febrero de 1973, luego de servir siete años en prisión. Tuvo una hija en ese mismo año y la llamó Gertrude.

* Coy Hubbard fue hallado culpable por homicidio impremeditado y sentenciado a 21 años de prisión. Se convirtió en un delincuente y volvió a la cárcel con frecuencia.

* Richard Hobbs fue hallado culpable por homicidio involuntario y sentenciado a 21 años de prisión. Murió a los 20 años de cáncer de pulmón.

* John Baniszewski Jr., pese a tener trece años de edad, fue sentenciado a cumplir 21 años de cárcel; fue el preso más joven del reformatorio de la historia de ese estado. Tras cumplir su condena, se convirtió en pastor laico, para contar su historia.

* Stephanie Baniszewski fue hallada culpable por cómplice y fue sentenciada a cumplir 12 meses en prisión. Ella junto con Coy Hubbard arrojaron a Sylvia por las escaleras del sótano, lo que le produjo una hemorragia cerebral.


Una esposa de mentira (de Dennis Dugan)


Una buena comedia con Adam Sandler y Jennifer Aniston:

"Una Esposa de Mentira” (Just go with it), es una comedia romantica protagonizada por Adam Sandler y Jennifer Aniston. En está, Danny (Sandler) es un cirujano plastico el cual finge estar casado y el cual se encuentra pasando a la vez por momentos muy tormentosos en su relación para así ganarse la lástima y compasión de bellas mujeres. Para así al final terminar consiguiendo algo más que un beso por parte de ellas. En una fiesta, Danny se topa con Palmer (Brooklyn Decker) y cree que ella será con quien pase el resto de su vida, sin embargo ella encuentra en un bolsillo de Danny un anillo de compromiso y se niega a seguirlo viendo si no es que este le explique convincentemente una razón por la cual él portaba con el anillo (ya que lo conocio sin este). Ahi es cuando entra Katherine (Jennifer Aniston) quien trabaja con Danny y cae en el chantaje de este y se hace pasar por la próxima ex esposa del mismo…a partir de ahí una serie de eventos y confusiones se comienzan a dar en el resto de la cinta".

El arca rusa / Padre e hijo (de Alexander Sokurov)

Copio un artículo de www.cineismo.com sobre Alexander Sokurov:

No es incondicional mi admiración por Sokurov. Después del deslumbramiento de Madre e hijo, encontré su filmografía muy despareja y Taurus, una frustración. En Padre e hijo volví a apreciar la veta intimista, que explora con excelentes resultados. Y entre sus mediometrajes documentales, en Una vida humilde logra un retrato hermoso y conmovedor, que no consigue en Dolce. Pero siempre es interesante su elaboración sobre la imagen, la fotografía, el plano, por eso celebro el estreno de El arca rusa, una de las películas más originales y creativas en lo que va del (pobre) 2003.

La primera referencia obligada es acerca de su aspecto técnico, pues se trata del primer film en toda la historia del cine íntegramente filmado en una sola toma; es decir que se rodó en los 96 minutos de tiempo real en que transcurre la película, sin un solo corte, sin montaje alguno. Esto supera el ya paradigmático ejemplo de Festín diabólico (o La soga) de Hitchcock, que fue filmada en la que se supone es una toma, aunque en realidad Sir Alfred tuvo que cambiar de rollo varias veces, disimulando los cortes. La tecnología digital ha hecho posible que Sokurov filmara sin cortes y en alta definición: la cámara al hombro mandaba toda la información a un disco rígido con una calidad de imagen muy superior a la del video convencional, y se la transfirió más tarde a un negativo de 35 milímetros.

Pero no es aconsejable distraerse con el virtuosismo técnico del film: El arca rusa es un homenaje al museo del Hermitage de San Petersburgo y a la Rusia zarista. Y constituye además un maravilloso monumento visual que excede todo contenido ideológico o referencia a la tecnología.

El museo del Hermitage ocupa hoy un conjunto arquitectónico compuesto por varios edificios imperiales que incluyen el Teatro Hermitage y el Palacio de Invierno que habitaban los zares en los siglos XVIII y XIX, obra de Pedro el Grande, y donde Catalina II colgó su colección de pinturas en 1764. Allí tuvo lugar la revolución bolchevique de octubre de 1917, allí se soportó durante casi tres años el sitio de los nazis a la ciudad, y hoy es uno de los museos más importantes del mundo. San Petersburgo cumple 300 años y Sokurov le rinde homenaje en este film.

Su cámara entra al museo por una puerta trasera y desde allí, con muy pocos momentos de reposo, recorre pasillos, sube y baja escaleras, atraviesa más de treinta salones, vuelve sobre lo recorrido, todo en un único plano secuencia. Pero el viaje no sólo es espacial, sino que en ese mismo plano recorre los últimos 300 años de la historia de Rusia, que tuvieron en ese Palacio su centro de poder. Como en muchos de sus films, la imagen aparece acompañada por un narrador o una voz en off, la de un personaje de nuestros días preguntándose qué hace en ese lugar, poblado por gran cantidad de personajes vestidos como en épocas pasadas. Nadie parece percibirlo, excepto un hombre cuyo traje denota que no es contemporáneo del resto. Se trata de un noble y diplomático francés, quien se muestra tan sorprendido como el narrador –cuyo punto de vista comparte la cámara, o el mismo Sokurov– de hallarse en esos salones, y de hablar ruso. Esa suerte de Virgilio confundido lo guía por los distintos círculos o salones del Hermitage que conforman este arca rusa, reservorio de las creaciones, del espíritu y la identidad de un país. ¿Se trata de un sueño? ¿Son fantasmas? La cámara-narrador y su interlocutor comparten un recorrido espacio-temporal, mientras cruzan filosos e irónicos diálogos sobre la historia y la mentalidad rusas. Los tesoros artísticos que desfilan ante nuestros ojos son notables: varios Rembrandt, El Greco, Van Dyck, pintura medieval, italiana, la lista es interminable. El viaje temporal no sigue un orden cronológico, sino que las distintas capas del pasado se extienden, se pliegan, se superponen. Vemos en escenas privadas a Pedro el Grande, fundador de la ciudad, a la emperatriz Catalina II la Grande supervisando el ensayo de una obra de teatro, a Nicolás I en una ceremonia diplomática con toda su plana mayor, al último zar, Nicolás II, desayunando en familia mientras afuera estalla la revolución, y estas escenas alternan con momentos del siglo XX y XXI: en una ocasión, los itinerantes acceden a un salón en el que personas actuales, reales, visitan el museo y contemplan sus cuadros mientras el francés dialoga con ellos; en otra oportunidad, atraviesan una puerta prohibida y se encuentran en un exterior helado, donde un carpintero fabrica su propio ataúd, rodeado de ruinas y marcos sin telas (esa fue la época socialista, cuando San Petersburgo se llamaba Leningrado; esa fue la guerra). Los distintos momentos históricos se suceden fluidamente sin orden lógico, a la manera de un sueño, o al modo en que en una misma pared del museo conviven cuadros de épocas diferentes.

Para concretar su proyecto, Sokurov convocó a tres orquestas y más de mil actores y extras que ensayaron durante varios meses con la colaboración de 22 asistentes de dirección, quienes marcaban a cada paso la entrada y salida de los actores, a lo largo del recorrido de la cámara, que en ocasiones vuelve sobre sí misma en giros de 180º grados. Un mecanismo de relojería, que funcionó como tal. El director de fotografía y operador de steadycam es el alemán Tilman Büttner, fotógrafo de Corre Lola corre, otro tour de force camarográfico.

El viaje culmina en 1913, en un baile de gran gala en el que participan cientos de personajes en una coreografía majestuosa, al son de la música de Glinka.

Más allá de lo novedoso de su realización, el interés por El arca rusa radica en que continúa las inquietudes intelectuales de Sokurov. Discípulo declarado de Tarkovski, prosigue en este film las investigaciones sobre las posibilidades de la imagen, que había dado planos tan sorprendentes en Madre e hijo. Por otra parte, Sokurov es un romántico que vuelve a reflexionar sobre la historia de Rusia (estudió Historia en la universidad), como antes en Moloch –sobre el ocaso de Hitler–, Taurus –los últimos días de Lenin y su tensión con Stalin– y en Voces espirituales –crítica de la presencia soviética en Afganistán–. En esta oportunidad, el cineasta no oculta su nostalgia por la época zarista, y su espíritu crítico hacia el período socialista; además cuestiona la dependencia rusa de la cultura europea y reflexiona sobre su lugar de tensión entre Europa y Asia: “los rusos no tienen ideas propias (...) No me gustan los uniformes”, se escucha mientras vemos desfilar cientos de ellos por los salones del Hermitage, denotando la importancia de la oficialidad rusa durante el sistema zarista. El pueblo, mientras tanto, como todo orgánico, está ausente. Cuando salimos del museo, en una maravillosa e hipnótica procesión de cientos de uniformes y damas de la corte que dejan atrás una era que se acaba, y esperamos ver las calles transitadas, es el mar lo que encontramos. En ese mismo Palacio de Invierno, Sergei Eisenstein había filmado Octubre, su tributo a la revolución de 1917. El film de Sokurov se instala en el otro extremo, no sólo en cuanto a las cuestiones de montaje, sino a la posición ideológica: ahí está –entre otros– ese “momento perfecto” en que las hijas del zar corren bellísimas, idealizadas como ninfas, por los pasillos del Palacio. Al director no le preocupan las acusaciones de reaccionario que llueven sobre él.

Otro tema que reitera es su interés por el arte: el recorrido de los museos ya había tenido una primera aproximación en Elegía de un viaje, que culminaba con la visita a un museo de Holanda y fue una suerte de ensayo de El arca rusa.

Y por fin el tratamiento del tiempo, protagonista del film junto con el espacio, continúa las exploraciones temporales que aborda de una u otra manera en toda su obra. El film transmite la sensación que se tiene cuando se entra en cualquiera de los grandes museos de Europa: el pasaje a otra realidad, a un tiempo otro que el presente cotidiano. En lugar de la representación indirecta del tiempo que construye el montaje, todo este film constituye una imagen-tiempo en la que presente y pasado conviven simultáneamente. Se siente el fluir del tiempo en el plano, para usar palabras de Tarkovski. Un tiempo que tal vez nos lleva a una catástrofe. No es casual que la película termine disolviéndose en la imagen del mar rodeando el Arca, mientras el narrador dice resignado: “Estamos destinados a navegar para siempre.”

Josefina Sartora

Carancho (de Pablo Trapero)

Carancho es el retrato de dos perdedores. Sosa, el abogado sin licencia que encarna Ricardo Darín, se define por sus sucios trajines y luce apaleado, molido a golpes; es un tramposo, pero también víctima de las malas jugadas que le lanza el destino y personaje principal de una historia ominosa, renegrida. Buscavidas urbano, es el buitre que se beneficia con el dolor ajeno, el marrullero, el hombre sin atributos que transita por la vía equivocada y siempre a punto de ser arrollado. Pero siendo todo eso, en el fondo es también un iluso: está convencido de que su suerte ya cambió para mejor porque una mujer lo ama y está dispuesta a acompañarlo en sus trapacerías.

Pero esa mujer, Luján, interpretada por Martina Gusmán, no solo es perdedora; también se destruye. Novata doctora de emergencias de un hospital, ella vive de noche, asiste a moribundos y fracturados y es arrastrada por Sosa, el carancho, ave carroñera, en su trayectoria terminal. Es protagonista de un ‘film noir’, pero carece de glamour; es ordinaria, como todos. No tiene el ímpetu de una Verónica Lake, ni la exaltada rapacidad de una Barbara Stanwyck, heroínas del filme criminal de vertiente negra. Exhibe, más bien, las huellas de su decadencia física. Carancho es una película que privilegia superficies, texturas, asperezas y, por eso, muestra en primer plano cicatrices y desgarraduras. El personaje de Darín las lleva en el rostro; ella, en las piernas y el pie, donde oculta sus pinchazos. El oscuro romanticismo de Carancho se sustenta en la atracción que suscitan en la pareja esas huellas y laceraciones.

Carancho es, por eso, una cinta que narra acciones criminales, pero también una historia de amor. Amor visceral, entre víctimas. Pablo Trapero, el director de “Mundo grúa”, “El bonaerense” y “Leonera”, hace su película más oscura y una de las más logradas. Acierta no solo en el retrato individual, sino en la descripción de los lugares, el gran Buenos Aires nocturno y peligroso, y los ambientes, esas oficinas donde se transan arreglos sórdidos entre compañías de seguros, médicos, abogados y caranchos para perjudicar a las víctimas de accidentes de tránsito. Un sistema corrupto se pone en evidencia no a través de la denuncia proclamada o señalada, sino a través de su encarnación en una trama de acción y pasiones fuertes.

Tan fuertes y penetrantes como el tratamiento visual y sonoro de la película, con la presencia de las luces y murmullos de la ciudad enmarcándolo todo. Carancho es una crónica urbana, de colores saturados, sobre todo en las noches, cuando se privilegian los reflejos luminosos sobre las superficies lisas. Mientras más cálidos son los rojos y amarillos que rebotan en la imagen, más densa es la descomposición del mundo que vemos. Las gradaciones cromáticas que van del rojo intenso de los semáforos a los tonos violáceos o amoratados de los rostros golpeados y cortados, marcan la dialéctica de los espacios dramáticos: pasamos de la amplitud nocturna de la ciudad a la estrechez de los lugares donde se pacta y se trampea y de ahí a la proximidad de los planos afectivos, cercanos, a los rostros de personajes entrampados.

Martina Gusmán y Ricardo Darín son el sustento de la película. Imponen sus presencias físicas y corporalidad. Urgidos por el deseo o impulsados por la necesidad de sobrevivir, se mueven como si les dolieran los huesos o les pesaran los cuerpos. Sobre todo Darín, notable actor, tan embotado, interior, trasnochado, ambiguo y estólido como el mejor Robert Mitchum.

Ricardo Bedoya

domingo, 23 de enero de 2011

El escritor fantasma

Los sentimientos de encierro, acoso y paranoia son combustibles en la obra de Roman Polanski. En El escritor oculto están en la base de la trama, impulsan el relato y definen a su personaje central.

Ewan McGregor acepta ser el ‘escritor fantasma’ de la autobiografía de un ex-ministro británico (Pierce Brosnan) acusado de crímenes contra los derechos humanos y residente en Estados Unidos. Viaja hasta la residencia costera del político para iniciar su trabajo y desde el primer momento se convierte en prisionero de un espacio y un lugar. Pero no a la manera opresiva y patológica de Catherine Deneuve en “Repulsión”, del propio Polanski encarnando a “El inquilino”, o acaso de Mia Farrow en “El bebe de Rosemary”, sino de un modo más amable y contemporáneo. Desde su llegada se instala en un régimen de control panóptico, en una residencia de grandes ventanales sobre las dunas del lugar. El ‘escritor fantasma’ es el prisionero de una jaula de cristal. Ahí debe redactar, reescribir y corregir la versión diseñada por un ‘fantasma’ anterior, muerto de modo misterioso.

Lo que sigue es propio de un buen thriller: el protagonista cree ser el motor de una investigación, pero en realidad es objeto de presiones subterráneas, intereses encontrados y tensiones cruzadas que no percibe. Convencido de la visión amplia y transparente garantizada por las ventanas sobre la costa, no se da cuenta de que ellas más bien lo dejan sin abrigo, desprotegido, en un escenario extraterritorial, a merced de los pactos urdidos entre la Casa Blanca y el gobierno de Downing Street durante la guerra de Iraq. Polanski se revela como un alumno aprovechado del Hitchcock de “Intriga internacional”, pero sobre todo del Fritz Lang de “Mientras Nueva York duerme” y “Más allá de la duda”: lo laberíntico y angustioso no nace del abigarramiento formal ni de la profusión de incidentes, sino de la austeridad de los decorados, la geometría de las líneas visuales, la racionalidad de la trama construida. Todo en esta película sigue la pauta de un destino dado, como el camino rastreado por el GPS del auto en una secuencia muy lograda.

Polanski encuentra los signos de lo amenazante, lo reprimido y lo siniestro en los escenarios más cotidianos: una pista de estacionamiento al atardecer, el paisaje de un pueblo costero visto desde un taxi, un hotel sin huéspedes. Pero también lo vislumbra y apunta en la observación del entorno, de los personajes que tratan con el ‘fantasma’: la seductora seguridad de Brosnan (en la mejor actuación de su carrera) oculta trasfondos, así como lo ocultan las mujeres que lo rodean, Olivia Williams y Kim Cattrall. El erotismo del poder y las tensiones entre el ministro y las mujeres forman parte de una trama subterránea, un signo más que el escritor fantasma intuye sin analizar ni comprender del todo. Cuando descubre los vínculos entre las decisiones políticas y los mandatos de la vida privada, es demasiado tarde para todos. “El escritor oculto” es un thriller que anuncia la era de los destapes de Wikileaks.

Otro punto a favor de Polanski: su capacidad para crear un suspenso creciente pero casi impalpable, que no depende ni de giros espectaculares de la trama ni de momentos álgidos, ni de la expectativa de descubrir al final un gran misterio. No estamos ante un relato de Agatha Christie, sometido a la servidumbre del hallazgo del responsable del delito. Lo que importa aquí no es el punto de llegada sino el transcurso y la observación del comportamiento de este ‘fantasma’ que discurre por escenarios cada vez más espectrales, abstractos y laberínticos.

Ricardo Bedoya (fuente: El Comercio, Lima).