Los sentimientos de encierro, acoso y paranoia son combustibles en la obra de Roman Polanski. En El escritor oculto están en la base de la trama, impulsan el relato y definen a su personaje central.
Ewan McGregor acepta ser el ‘escritor fantasma’ de la autobiografía de un ex-ministro británico (Pierce Brosnan) acusado de crímenes contra los derechos humanos y residente en Estados Unidos. Viaja hasta la residencia costera del político para iniciar su trabajo y desde el primer momento se convierte en prisionero de un espacio y un lugar. Pero no a la manera opresiva y patológica de Catherine Deneuve en “Repulsión”, del propio Polanski encarnando a “El inquilino”, o acaso de Mia Farrow en “El bebe de Rosemary”, sino de un modo más amable y contemporáneo. Desde su llegada se instala en un régimen de control panóptico, en una residencia de grandes ventanales sobre las dunas del lugar. El ‘escritor fantasma’ es el prisionero de una jaula de cristal. Ahí debe redactar, reescribir y corregir la versión diseñada por un ‘fantasma’ anterior, muerto de modo misterioso.
Lo que sigue es propio de un buen thriller: el protagonista cree ser el motor de una investigación, pero en realidad es objeto de presiones subterráneas, intereses encontrados y tensiones cruzadas que no percibe. Convencido de la visión amplia y transparente garantizada por las ventanas sobre la costa, no se da cuenta de que ellas más bien lo dejan sin abrigo, desprotegido, en un escenario extraterritorial, a merced de los pactos urdidos entre la Casa Blanca y el gobierno de Downing Street durante la guerra de Iraq. Polanski se revela como un alumno aprovechado del Hitchcock de “Intriga internacional”, pero sobre todo del Fritz Lang de “Mientras Nueva York duerme” y “Más allá de la duda”: lo laberíntico y angustioso no nace del abigarramiento formal ni de la profusión de incidentes, sino de la austeridad de los decorados, la geometría de las líneas visuales, la racionalidad de la trama construida. Todo en esta película sigue la pauta de un destino dado, como el camino rastreado por el GPS del auto en una secuencia muy lograda.
Polanski encuentra los signos de lo amenazante, lo reprimido y lo siniestro en los escenarios más cotidianos: una pista de estacionamiento al atardecer, el paisaje de un pueblo costero visto desde un taxi, un hotel sin huéspedes. Pero también lo vislumbra y apunta en la observación del entorno, de los personajes que tratan con el ‘fantasma’: la seductora seguridad de Brosnan (en la mejor actuación de su carrera) oculta trasfondos, así como lo ocultan las mujeres que lo rodean, Olivia Williams y Kim Cattrall. El erotismo del poder y las tensiones entre el ministro y las mujeres forman parte de una trama subterránea, un signo más que el escritor fantasma intuye sin analizar ni comprender del todo. Cuando descubre los vínculos entre las decisiones políticas y los mandatos de la vida privada, es demasiado tarde para todos. “El escritor oculto” es un thriller que anuncia la era de los destapes de Wikileaks.
Otro punto a favor de Polanski: su capacidad para crear un suspenso creciente pero casi impalpable, que no depende ni de giros espectaculares de la trama ni de momentos álgidos, ni de la expectativa de descubrir al final un gran misterio. No estamos ante un relato de Agatha Christie, sometido a la servidumbre del hallazgo del responsable del delito. Lo que importa aquí no es el punto de llegada sino el transcurso y la observación del comportamiento de este ‘fantasma’ que discurre por escenarios cada vez más espectrales, abstractos y laberínticos.
Ricardo Bedoya (fuente: El Comercio, Lima).
No hay comentarios:
Publicar un comentario