sábado, 11 de diciembre de 2010

“EL PLACER DE LOS OJOS”,PROGRAMA ESPECIALIZADO EN EL SÉPTIMO ARTE, CUMPLE UNA DÉCADA

ENTREVISTA. Ricardo Bedoya
El cine desde la pantalla chica

EL PLACER DE LOS OJOS”, PROGRAMA ESPECIALIZADO EN EL SÉPTIMO ARTE, CUMPLE UNACADA AL AIRE. UNA EXCELENTE OCASIÓN PARA QUE SU CONDUCTOR HAGA MEMORIA Y ANALICE QUÉ HA SUCEDIDO EN EL CINE PERUANO EN LOSLTIMOS 10 AÑOS.

Por: Enrique Planas

El tiempo es circular. Y el crítico Ricardo Bedoya se dio cuenta de ello cuando entrevistaba recientemente a Gianfranco Brero por su participación en la película “La vigilia”, de Augusto Tamayo. De pronto, recordó que el actor había sido su primer entrevistado a propósito de su gran papel en “Tinta roja”, de Francisco Lombardi. Y sacó la cuenta: Habían pasado 10 años exactos. La década ininterrumpida que Bedoya cumple desde que Fernando Cáceres, entonces director de Canal 7, le encargara conducir un programa de cine dentro de lo que se había diseñado como la franja cultural del canal, que incluía teatro (con Luis Peirano), literatura (Iván Thays), historia (Javier Protzel), entre otros. A diferencia de los demás, su programa ha sobrevivido en el aire.

¿Cómo se ha transformado el programa en estos 10 años?
Ha habido transformaciones varias. El estilo de los informes fue cambiando también. Al principio eran muy largos, analíticos, ahora son más cortos, nunca exceden un bloque. Creo que la televisión no es un medio en el que se puede ejercer la crítica ni reflexionar. Se puede dar información, una opinión valorativa, pero no se puede sustentar demasiado.

¿Crees que en diez años la oferta cinematográfica en el Perú se ha mantenido igual?
Estamos peor. Hace 10 años recién se iniciaba el sistema de multisalas, concebido para extender el negocio de la exhibición y concentrar la distribución de películas. Es decir, hay más cines pero menos películas. Ha habido una concentración y la oferta se ha limitado.

¿Qué ha cambiado en el cine peruano en una década?
“El placer de los ojos” nace cuando empieza la onda digital. Antes la mayoría de películas se filmaban en 35 mm. Aparece una generación nueva con otra formación, distinta a la de los cineastas mayores. Menos ideológica, más académica, con una apertura a los cines del mundo y la actualidad. Si vemos “Octubre” y pensamos en Kaurismaki o Bresson, no es por la oferta de los cines de Lima, sino por lo que puede verse en DVD. Si Claudia Llosa alude a una directora como Jane Campion, es porque su cine puede verse en DVD. Ese soporte es fundamental para una mirada nueva. Es también una generación consciente de los fondos internacionales de producción, del circuito de festivales, que sabe cómo presentar sus proyectos. Ya no piensan solo en proyectar en nuestras salas, territorios tan difíciles de entrar. Ellos intentan conquistar una multiplicidad de plataformas de exhibición.

¿Eso no ha creado, sin embargo, un divorcio entre cineastas locales y público?
El público masivo va a ver blockbusters. El territorio de las pantallas se dedica cada vez más a los grandes espectáculos. El cine de autor, o como quieras llamarlo, encuentra su propio público en circuitos paralelos. Lo que tienen que hacer los cineastas es prepararse para conocer esos nuevos circuitos.

La ley de cine que nos rige también ha sobrepasado la década de vigencia. ¿Podemos pensar en el desarrollo del cine sin ella?
Sí y no. Es una ley dada cuando existía el sentimiento de pérdida de la anterior, muy importante pero muy proteccionista. Cuando se da, en 1994, lo que hace es depurar todo aquello que sonara a intervención del Estado. Tenía un esqueleto muy elemental, basado en el deber del Estado de fomentar la cultura. Pero lo que la ley hizo fue hacer depender el cine de los fondos públicos, siempre escasos. Nunca funcionó. Además, no creo que los nuevos cineastas le deban a la ley lo que son. Claudia Llosa, por ejemplo, consiguió sus propios fondos de financiación, como lo hizo Josué Méndez. Por más que hayan recibido recursos de Conacine, no son productos de una ley. Son productos de su propia mirada y de su propio sistema de producción. Sin duda, se necesita una ley, no solo como un primer apoyo económico sino como una carta de presentación.

¿Una ley como la que ahora se discute en el Congreso?
Pienso que esa ley que se ha aprobado en comisiones tiene problemas. Es una ley que tiene una serie de disposiciones mercantilistas. El cine peruano, desde 1994, se hipotecó a la posibilidad de que el Estado le diera dinero. Ahora se está arrastrando al negocio de la exhibición y distribución. Creo que ambas cosas deben ser separadas. Si el Ministerio de Cultura tiene la intención de apoyar al cine peruano, debe crear un fondo con sus propios recursos, que no esté amarrado al azar de que el negocio cinematográfico vaya bien o mal o a la voluntad de los distribuidores.



lunes, 6 de diciembre de 2010

Celda 211 (de Daniel Monzón)

Las películas carcelarias suelen seguir dos líneas argumentales: o muestran la minuciosa preparación y ejecución de fugas individuales o colectivas o describen los incidentes de un motín. Las grandes películas de esta vertiente del cine se orientan en una u otra vía: desde "El agujero", de Jacques Becker, hasta "Brute Force", de Jules Dassin; desde "Fuga de Alcatraz", hasta "Motín en el pabellón 11", ambas de Don Siegel.
Pero en todos los casos, priman las atmósferas enrarecidas, los ambientes cerrados, la angustia claustral y el relato se consolida en torno a un personaje fuerte, despiadado, un líder que exige lealtades, impone disciplina, ejerce autoridad, arbitra, juzga y sanciona. Puede tener la serenidad de un Burt Lancaster o un Clint Eastwood o la crispación de Neville Brand o de Malamadre, el personaje que encarna Luis Tosar en "Celda 211", del español Daniel Monzón.
Monzón conoce bien la tradición fílmica que representa la vida carcelaria, pero también las del cine negro y social, que suelen ir aparejadas. "Celda 211" cita –algunos dirían que copia y hasta saquea– una película como "Motín en el pabellón 11", pero la aclimata a una época y a un espacio.
Vemos una cárcel española de hoy donde conviven homicidas comunes, funcionarios honestos, policías crueles, autoridades corruptas, narcotraficantes colombianos, presos de ETA, y entre todos ocasionan un desmadre que la administración política, sin escrúpulos, aprovecha para manipular desde fuera y salir bien librada. El sistema cínico y oportunista de un Estado que da la espalda, ignora y hasta elimina a los leales.
Pero esta lectura política no está encarnada en frases, discursos o latiguillos de denuncia, sino en una trama que se va construyendo a partir de episodios pequeños, coincidencias, infortunios, confusiones, apariencias que engañan, y una dinámica que alterna la descripción del caos y el desorden colectivo con la historia de una relación personal, de confianza e intimidad, entre el recluso Malamadre, líder carismático de la revuelta, y el "topo" Juan (Alberto Ammann), funcionario de prisiones que pasa como recluso por afán de supervivencia. Lo mejor de la película está en la descripción de la dependencia que se crea entre el dirigente mesiánico y el funcionario. Sus objetivos son opuestos, pero entre ambos construyen sus propios espacios de poder complementarios y, de paso, administran sus precarias y amenazadas existencias.
Tosar es Malamadre y luce estólido, concentrado, físico; es el prototipo del "duro", lo que incluye el aura de ángel caído que asume por momentos. Su personaje es un eje de la acción y concentra los aciertos de la película. Cuando la trama se aleja de él y de su entorno, se debilita y luce artificial e inconsistente.
Monzón se siente más cómodo filmando el encierro, creando el suspenso de los pequeños incidentes y ambientando espacios sórdidos que multiplicando las líneas narrativas. Por eso, el destino de la esposa embarazada de Juan aparece como un recurso de guion más bien forzado y la intervención de los presos de ETA como una treta para fechar la acción y arraigarla.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Woody Allen cumple 75 años


Hoy el diario El País de Madrid informa que el genial cineasta está de cumpleaños:



Woody Allen, autobiografía en 35 milímetros
El cineasta cumple 75 años con más de 60 películas, una docena de libros y cientos de conciertos de jazz en su haber.


Escribe Álvaro P. Ruiz De Elvira.

___


"Él era tan duro y romántico como la ciudad que amaba. Tras sus gafas de montura negra se agazapaba el vibrante poder sexual de un jaguar. Nueva York era su ciudad y siempre lo sería". Isaac (Woody Allen), en Manhattan.
_________



Woody Allen nació un 1 de diciembre de hace 75 años en Brooklyn. En la mitad del otoño, su estación favorita para rodar películas por sus cielos nublados y hojas naranjas, por su niebla misteriosa y la luz especial que alumbra Manhattan. Pero no nació con el nombre que todo el mundo conoce. Lo hizo como Allan Stewart Königsberg. No fue hasta 1952, 17 años después, que se transformó en Woody Allen sobre un escenario. Humorista casi desde que llegó al mundo, escritor, universitario de un solo semestre, actor, dramaturgo, adicto al psiquiatra antes de llegar a los 30, músico, director... el legado de Allen en estos tres cuartos de siglo es inconmensurable. En su faceta más conocida, la de cineasta, ha participado hasta la fecha en 60 películas, de las cuales ha dirigido 46. Y pretende seguir con su terapia de una película anual hasta que no pueda más.



"Yo era un niño pasablemente feliz, ¿saben? Me criaron en Brooklyn durante la Segunda Guerra Mundial. Mi analista insiste en que mis recuerdos de infancia son exagerados, pero les juro que me criaron bajo una montaña rusa de Coney Island, en Brooklyn". Alvy Singer (Woody Allen), en Annie Hall.

Inquieto, delgado, bajito (no pasa de 1,65), tímido, con gafas, don Juan de Manhattan, pero, sobretodo, ateo judío poco ortodoxo. Así se ha representado Allen a lo largo de una filmografía que bien podría ser una autobiografía en 35 milímetros. Sobre su infancia, creemos saberlo todo tras ver al pequeño Alvy Singer en Annie Hall, al jovencito Sandy Bates en Recuerdos o al trasto de Joe en Días de Radio aprendiendo sobre la vida en un barrio de clase media baja en Brooklyn. De esta última, el cineasta siempre ha reconocido que todo está inspirado, aunque un poco exagerado a modo de cómic, en su infancia.
Dios mío, este infeliz es patético[....] Si yo tuviera valor para salir a contar mis chistes yo mismo. Alvy Singer (Woody Allen), en Annie Hall (1977).
La carrera humorística de Allen comenzó en los años 50 en los cabarets que luego plasmaría en Broadway Danny Rose y como escritor de chistes para otros cómicos. De ahí pasó a la televisión donde colaboró como guionista y como humorista en programas como el programa de Johnny Carson o el Ed Sullivan Show. En la que se puede considerar su trilogía de películas más memorables, Annie Hall, Manhattan y Hannah y sus hermanas el cómico hace un ejercicio autobiográfico con sendos personajes que se dedican a la escritura y producción de humor.

"Y si llega a decir algo mas sobre Ingmar Bergman le salto de un puñetazo las lentillas de contacto" Isaac Davis (Woody Allen), en Manhattan (1979).

Es en el cine y no en la televisión donde Allen ha depositado siempre su corazón. Desde que tuvo uso de esa razón tan humorístico-analítica tan personal, Allen ha disfrutado con las grandes películas de la historia del cine. De Chaplin a Scorsese pasando por Minelli, Bergman, Wilder, Kurosawa, Fellini o Hitchcock. Allen, miembro de la última gran generación del cine, la de Scorsese, Coppola, Spielberg, Mallick..., ha podido absorber de los maestros en las salas de cine.
Son constantes sus homenajes a los clásicos del cine estadounidense, japonés y europeo. En su obra de teatro y guión de cine Sueños de un seductor, Allen habla directamente en sus ensoñaciones con el Humphrey Bogart de Casablanca. Escenas de Annie Hall, Toma el dinero y corre o Todos dicen I love you le sirven para homenajear a Groucho Marx, su cómico de cabecera. El expresionismo alemán está presente en Sombras y niebla. Como recalca Jorge Fonte en su libro Woody Allen (Cátedra), Manhattan le debe mucho a Vincent Minelli o a Billy Wilder. Y en casi todos sus trabajos, Bergman y Fellini son una constante.
En 1969 Allen rodó su primera película como director, Toma el dinero y corre, una historia de ladrones cómicamente desgraciados rodada a modo de falso documental (formato que repetiría en 1983 con Zelig). Fue un éxito de taquilla que le abrió las puertas en la industria para poder rodar una serie de comedias gamberras como que funcionaron mejor o peor como Bananas (1971), Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar (1972), El dormilón (1973) y La última noche de Boris Grushenko (1975).
Fue en los años 70 del siglo pasado cuando Allen alcanzó la mayoría de edad cinematográfica con Annie Hall (1977), Interiores (1978) y Manhattan (1979). Películas ambientadas en Nueva York, la ciudad que prácticamente no abandonaría como escenarios de sus conversaciones y obsesiones hasta 2006, cuando comenzó su viaje europeo por Inglaterra, Francia y España. Allen consiguió lo que nadie en Hollywood consigue jamás: ser el dueño de sus historias, desde que las concebía anotándolas en un trozo de papel hasta el montaje final, sin interferencias de los estudios o de los productores. Durante su época dorada a lo largo de los 70, 80 y 90 rodó también, entre otras, Broadway Danny Rose (1984), La rosa púrpura del Cairo (1985), Hannah y sus hermanas (1986), Días de radio (1987), Delitos y faltas (1989), Misterioso asesinato en Maniatan (1993), Poderosa Afrodita (1995) o Desmontando a Harry (1997).
Mi psicoanalista me advirtió que no saliera contigo, pero eras tan guapa que cambié de psicoanalista. Isaac Davis (Woody Allen), en Manhattan.
En todas estas obras los temas fetiche de Allen aparecen sin descanso: las mujeres, las relaciones (siempre trabajó con sus parejas que eran actrices: Diane Keaton, Mia Farrow, Louise Lasser...), las infidelidades, el poder de la conversación, la muerte, la religión judía, el cine, el jazz, la magia, el psicoanálisis y el sexo. Allen cumple hoy 75 años. Y ya estamos esperando su próximo trabajo, que llegará en 2011: Medianoche en París, con presencia de Carla Bruni - Sarkozy incluida.
Especial en Eskup: 75 años de Woody Allen Videogalería: Entrevista en el canal TCM


Más información (fuente: diario El País de Madrid):


Personaje: Woody Allen
Encuesta: ¿Cuál es tu película favorita de Woody Allen?
Video: Woody Allen. El "intelectual" de Brooklyn con gafas
Video: Woody Allen y la muerte
Video: Woody Allen. La magia contra la realidad
Video: Woody Allen. El desafío a la realidad
Video: Woody Allen: Absorber del cine clásico
Video: Woody Allen. Relaciones
Video: Entrevista con Woody Allen
Video: ¿Has estado en las localizaciones de sus películas?
Video: El personaje al que le tienes más cariño
Video: ¿Cuál es el Woody Allen de Carlos Boyero?
Videogaleria: Entrevista a Woody Allen




lunes, 22 de noviembre de 2010

Mentiras y gordas (de Alfonso Albacete y David Menkes)



Mentiras y gordas: "Piensas que demasiado nunca es suficiente". Para algunos: apología, un himno a la frivolidad, para otros una mirada honesta a la vida de estos tiempos. Quizá un poco de ambas cosas. Lo que sí, vale la pena.

Los Infiltrados (de Martín Scorsese)



Esta película de Scorsese le otorgó el Premio Oscar. Sin duda, ha tenido mejores. Este largometraje policial donde el suspenso, las traiciones, la violencia y el amor van tejiendo una historia con un reparto portentoso: Jack Nicholson, Leonardo DiCaprio, Matt Damon. Como casi todo lo del cineaste newyorkino: IMPERDIBLE.

León, el profesional (de Luc Besson)


León, el profesional o "El perfecto asesino" es una historia entrañable plagada de sangre y violencia. Vemos a León (el magnífico Jean Reno), a Mathilda (una jovencísima Natalie Portman) y al corrupto policía Stansfield (Gary Oldman). Una producción par toda la familia y para pensar en "tener raíces"... siempre.

domingo, 24 de octubre de 2010

Carancho (de Pablo Trapero)



"Carancho" es el "Detour" de Pablo Trapero. Desde el inicio, al ver las fotos de un accidente automovilístico, sabemos que ese personaje apaleado que yace sobre la pista lleva las de perder. Que no existe atajo que le evite pasarla mal y terminar peor porque va en rumbo fijo de colisión. El abogado de licencia cancelada que encarna Ricardo Darín es el outsider típico del cine negro, el hombre sin atributos sentenciado por el destino. Cree que su suerte ha cambiado porque encuentra una mujer que empieza a amarlo y que lo sigue en todos sus tropiezos, pero se equivoca.

Martina Gusmán es la doctora de emergencias que se topa con Darín y se ve arrastrada por su sino. Ella no es una traidora "mantis religiosa" como suelen serlo las mujeres del cine negro, sino otra apaleada, igual que Darín. Sólo los diferencia el lugar del cuerpo donde llevan las cicatrices. Darín las exhibe en el rostro; ella en la parte baja de la pierna y el pie, donde esconde sus pinchazos. Por eso, "Carancho" es una película de amor antes que de crímenes. Mejor, es de amor y de crímenes, porque aquí todo se mezcla en un clima de confusión turbia, corrupción general y pesadilla compartida por la pareja. Son amantes perdedores, víctimas antes que ejecutores. Al ver a Martina Gusmán encerrada en un baño para inyectarse no pude dejar de recordar a la Piper Laurie de "El audaz" ("The Hustler"), encarnación cabal del personaje que se destruye por frustración e incapacidad de hacer reconocer su talento.

"Carancho" es violenta y nocturna, de colores vivos y cálidos, llena de luces rojas o amarillas reflejadas sobre vidrios y superficies lisas, para dar el clima de noches intensas y saturadas (es el lado "Taxi Driver" de "Carancho") y de espacios ceñidos, con planos cercanos de rostros cortados, amoratados, sanguinolentos. Darín recibe más golpes que el Cristo de Mel Gibson, pero en ese ensañamiento no hay complacencia: es la consecuencia lógica de estar entrampado. Pablo Trapero es un cineasta de temperamento, que sabe filmar por igual la sordidez, la descomposición, la crispación de la violencia, el desahogo amoroso, la tensión y el relajamiento. En su obra, "Carancho" está al nivel de "Mundo grúa" y "El bonaerense", sus mejores películas.

Ricardo Bedoya

El último exorcismo (de Daniel Stamm)


“El último exorcismo”, de Daniel Stamm, prueba que el género de terror está siempre en movimiento, se actualiza y fusiona con otros géneros, cambia, experimenta. Las primeras imágenes de la película dan una impresión de “ya visto”: la cámara movediza sobre el hombro del operador sigue a un personaje en su actividad ordinaria. Es decir, el truco de “El proyecto de la bruja de Blair” o de “REC”: enfrentar el horror sobreviniente, que rompe lo cotidiano, con el estilo del reportaje. Por cierto algo hay aquí de eso, pero el camino es distinto y, si se quiere, más atractivo, porque el reporteado es el pastor Cotton Marcus (Patrick Fabian). Mediático, cínico, escéptico, permite que lo siga el equipo que realiza un documental sobre su último exorcismo y ante el que descubre sus malas artes. Es un exorcista que no cree ni en Dios ni en el demonio; es un fraude dispuesto a protagonizar un truculento “reality show.

Manteniendo invariable el estilo de reportaje trucado, viajamos con Cotton y el equipo hacia la zona rural de Luisiana, donde llevará a cabo una de sus ‘performances’ frente a una ‘endemoniada’ adolescente, hija de un angustiado y fiel creyente. Es entonces que la película se encamina por vías inesperadas. “El falso documental” empieza a mostrar su capacidad para descubrir un mundo agobiado por la superstición, la superchería religiosa y el fundamentalismo. La ignorancia estimula la credulidad ante el fraude y provoca una violencia que tensa la narración.

Aun sabiendo que el exorcismo de Cotton es un engaño, las apariencias llevan a creer que tal vez exista algo sobrenatural ahí. El clima ominoso que contradice la transparencia y legibilidad de la imagen digital, el ambiente cargado y lo aparatoso del cuadro de transformación de la “poseída” son pistas que conducen hacia el dominio de lo fantástico. De pronto se muestra el revés del miedo, el mecanismo de la ilusión, el truco que provoca escalofríos. “El último exorcismo” juega a desmontar los recursos persuasivos del terror.

Pero enseguida el clima del horror vuelve a aparecer y hasta el tramposo pastor parece empezar a creer en Luzbel. La película nos coloca en una posición de incertidumbre: con la incredulidad suspendida, los espectadores estamos dispuestos a aceptar la presencia demoníaca, pero también la posibilidad de horrores cotidianos, patologías arraigadas, violencia doméstica, incesto. Todo es posible en ese mundo de fanatismos medievales.

Durante casi toda la proyección estamos en el umbral de una explicación realista y científica del asunto que la película se niega a dar. El director Daniel Stamm sabe que las buenas cintas del género de terror se mueven en los intersticios, moviéndose entre lo probable y lo improbable hasta llegar a una inequívoca resolución.

La actuación de Ashley Bell, como Nell, la endemoniada, es clave en este logro: sus gestos y actitudes se mantienen en una zona incierta en la que conviven la inocencia y la perturbación. Como también se mantienen en una frontera los recursos usados en la película: los movimientos súbitos de objetos y torsiones corporales parecen prescindir de efectos especiales elaborados. Todo aquí tiene un aire artesanal, de película barata de serie B.

La secuencia final es, tal vez, discutible, pero redondea la faena fantástica. Es un homenaje, además, a clásicos como “El bebe de Rosemary”, “Magia negra”, de Terence Fisher, y a un gran filme de terror olvidado de los años setenta, “Carrera contra el diablo”, de Jack Starret.

Ricardo Bedoya
Diario El Comercio, Lima.


martes, 17 de agosto de 2010

Después de la vida (After Life) de Agnieszka Wojtowicz-Vosloo



–¿Por qué morimos?
–Para que la vida sea importante.


En Después de la Vida (After Life), a Christina Ricci le cuesta –como a todos, creo– aceptar su propia muerte (un deceso impregnado de espejismos y recuerdos contradictorios que la hacen confundir la vida con la muerte y viceversa).
Dentro de todo lo mediano de esta película, supuestamente de terror, hay una confesión muy dura que hace la protagonista cuando acepta que el amor hace daño, causa demasiado dolor; y que por eso mismo ella se había jurado, desde una temprana edad, el no amar a nadie para no volver a sufrir. Medida extrema, pero atendible a razón de experiencias propias.
Ricci se presentaba, hasta antes de esta cinta dirigida por Agnieszka Wojtowicz-Vosloo, como una de las mujeres más codiciadas del cine. En País Prozac se llevó mi corazón. Pero en Después de la Vida su imagen evoca más a películas de vampiros.
El largometraje es singular, creo que esto lo digo llevado más por el deseo que por una cuestión más racional. El sepulturero tiene un don especial que lo hace ‘conversar’ con los muertos. Así, les ‘ayuda’ a aceptar su muerte. La mujer implora por una nueva oportunidad. Y la recibe. Pero el miedo la paralizó.
–Creí que eras distinta –le dice el sepulturero a la protagonista–. Pero eres igual a todos: dices tener miedo de morir, pero le tienes miedo a vivir.
La conclusión a la que la hace llegar es patética y contundente:
–Menos mal que ya estoy muerta –apostilla ella–. Ya todo pasó.
Uno quisiera decir lo mismo: agradecer por haber terminado con todo y poder descansar en paz. ¿Falta poco? No se sabe.


Christina Ricci está muerta. Si nos morimos con ella, hagámoslo de una vez.

lunes, 16 de agosto de 2010

Leonera (de Pablo Trapero)


Julia amanece en su departamento, rodeada de los cuerpos ensangrentados de Ramiro y Nahuel. Ramiro aún vive; Nahuel ha muerto. Ambos, de un modo confuso y simultáneo, han sido sus amantes. Julia está embarazada de uno de ellos. Julia es enviada a una unidad penitenciaria, donde se alojan a las reclusas madres y embarazadas.

Allí, pasa los días iniciales abstraída y ajena. Dos personajes se incorporan a su vida. Uno es Marta, una compañera de reclusión que ya ha criado a dos hijos dentro de la cárcel y que se convierte en guía y consejera; el otro es Sofía, su propia madre, un personaje ambiguo con el que Julia se reencuentra después de muchos años. Sofía trata de reparar los errores del pasado, ayuda a su hija, le contrata un buen abogado, le lleva ropa para el bebé, y de a pocos restablece una relación con Julia.

La causa judicial por la muerte de Nahuel tiene dos posibles culpables: Julia y Ramiro, ambos recluidos en distintas unidades penitenciarias. Sus testimonios se oponen, el uno incriminando al otro.
El hijo nace, se llama Tomás. La crianza en la cárcel es difícil. Sin embargo, Julia comienza a sentirse madre casi sin quererlo. Comprende que lo único que le importa es la nueva criatura que ahora la acompaña, que no hay para ella más en la vida que ese niño. Julia decide visitar a Ramiro a la unidad masculina donde este es retenido. Los hecho de aquella noche son confusos para ambos, al igual que sus sentimientos.

http://www.leoneralapelicula.com/

domingo, 1 de agosto de 2010

DEMASIADO AMOR (de Ernesto Rimoch)


Esta semana pude ver una película mexicana del 2001. Lamentablemente no encuentro fragmentos en YouTube. Pero la película es altamente recomendable. Acá la sinopsis que hay en internet:
"Demasiado amor" es la conmovedora historia de una mujer que después de una difícil odisea de amor y soledad, encuentra su verdadera esencia. Laura y Beatriz son dos hermanas mexicanas en busca de un sueño compartido: tener una casa de huéspedes en el extranjero (España)y vivir de las rentas. de ésta. Lo han planeado durante años y, finalmente agobiadas por la crisis y la rutina, un día deciden que una de las dos tendrá que partir, así que lo dejan a la suerte (lo deciden con una moneda).
Y la suerte decide que sea su hermana y no Bea-triz quien viaje primero. Cuando Laura parte a España para arrancar el proyecto, Beatriz se queda sola en México aguardando el momento de alcanzar a su hermana, y comienza a vivir tres vidas diferentes. Mientras alberga la ilusión de irse, Beatriz comenzará a alimentarse de sueños y fantasías. En medio de amores fáciles, que le permiten reunir suficiente dinero para sostener a Laura, Beatriz conocerá a Carlos, un hombre con quien recorrerá la geografía de México, descubriendo las inimaginables bellezas de su país, de su alma y de su propio cuerpo.


También encuentro datos sobre el cineasta mexicano Ernesto Rimoch (México, 1951) que trabajó con obras de nada menos que Julio Cortázar:

Director, guionista y productor. Nació el 18 de agosto de 1951 en la Ciudad de México. Estudió Ingeniería industrial en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM, 1970-1975), y cine en la National Film School de Inglaterra.

A mediados de la década de los setenta Ernesto Rimoch se inscribió a un curso de cine que impartían profesores del Centro de Estudios Cinematográficos (CUEC / UNAM) en La Casa del Lago de la UNAM, durante dicho curso realizó los cortometrajes Muerte súbita (1976) y Boceto (1977). Trabajos que envío a la National Film School de Gran Bretaña y que le permitieron su ingreso a esta escuela, donde permaneció casi cuatro años (1978-1982).

En 1981, con el apoyo del Institute d’Hautes Etudes Cinématographiques (IDHEC) escribió y dirigió el cortometraje Mask, basado en el cuento El perseguidor, de Julio Cortázar. Sobre este trabajó comentó: “(...) Es un filme que a [Julio] Cortázar le encantó, yo le mandé el guión, le hizo observaciones varias veces, luego lo conocí [al escritor] y lo vio cuando estuvo terminado. No sé que habrá pensado finalmente, porque cuando escribes ves las cosas de una manera, pero que otro ponga en imágenes algo que escribiste es difícil, sin embargo quedó satisfecho”. (Importante, no depender del subsidio: Ernesto Rimoch. Por Raquel Peguero. La Jornada, sección cultura, 27 de diciembre de 1994. P. 33).

Esta adaptación me la motivó mi amor por el cuento y por el jazz que contiene. Desde que lo leí por primera vez, hace ya muchos años, pensé que se trataba de un tema formidable para ser llevado a la pantalla; apenas tuve la oportunidad así lo hice. (...)

“Las dificultades en la adaptación para mí fueron más bien de condensación, Mask es una película de 32 minutos de duración y muchos elementos tuvieron que desaparecer en la versión final. (...)

“La palabra pesa demasiado en la mayoría de las adaptaciones (...). Lo que se lee con soltura no se acepta tan fácilmente cuando se escucha en la boca de tal o cual actor. (...)” (Fallan las adaptaciones cinematográficas que intentan hacer trasposiciones literarias y no esenciales: Rimoch. Por Martha Coda. Unomásuno, sección cultura, 20 de mayo de 1986. P. 22).

Este cortometraje recibió el premio de mejor película internacional en el Festival de Alès, Francia, y fue nominado para el premio Grierson Award, en Inglaterra (1981).

En 1982 viajó a París, Francia, donde trabajó inicialmente como asistente de producción y dirección del chileno Helvio Soto. Posteriormente realizó documentales para la televisión europea: Un hombre como Julio (1983), que trata sobre la obra de Julio Cortázar; México: los tres sismos (1989), historia de la reconstrucción de las vecindades del Centro Histórico de la Ciudad de México destruidas por el terremoto de septiembre de 1985 y La línea (1992), largometraje que a través de 12 historias narra la vida de la frontera entre México y Estados Unidos, que fue nominado al Ariel (1994) en la categoría mejor largometraje documental.

En 1994 regresó a México y fundó la productora Casa Artífice Producciones, con la cual inició el rodaje de su primera película en la industria nacional, El anzuelo, basada en un guión original de él mismo y de Eva Saraga.

Rimoch consideró a “El anzuelo, un proyecto ‘genuino donde hay una serie de pactos, sucesos y personajes que se quedan grabados’. Si bien el argumento puede parecer banal, ‘para mí la historia son los personajes. La riqueza de una película son siempre ellos, sobre todo cuando los centrales y los secundarios hacen un trabajo uniforme”. (Importante, no depender del subsidio: Ernesto Rimoch. Ob. Cit.).

Para Nelson Carro, el principal mérito de Rimoch fue el estupendo reparto que integró, “en el que figuras de talento reconocido se mezclan con otras quizás menores, que en ningún momento desentonan en el conjunto. Al contrario, no hay ningún papel pequeño ni descuidado, todos los personajes tienen su importancia y así están escritos e interpretados. En buena medida, este afortunado resultado se basa en el agudo sentido de observación del director y guionista, capaz de construir una comedia finalmente enraizada en la realidad, por lo menos en un sentido: los personajes y las situaciones retratadas en la película son perfectamente reconocibles como pertenecientes a un grupo social, la clase media”. (El anzuelo. Por Nelson Carro. Tiempo Libre, publicación semanal, 20 al 26 de junio de 1996. P. 2).

Esta cinta fue bien recibida en la XI Muestra de Cine Mexicano de Guadalajara, donde ganó los premios de la Crítica Nacional, Dicine, del Jurado Internacional y el de la Organización Católica Internacional de Cine (OCIC). Además recibió la Diosa de Plata y el Ariel por ser considerada la mejor Ópera Prima en 1996. De este último premio también estuvo nominado en la categoría mejor argumento original.

Después de siete años de su primer largometraje industrial, Ernesto Rimoch dirigió y coescribió junto con Eva Saraga, Demasiado amor (2001), filme basado en la novela homónima de Sara Sefchovich.

Escena de Demasiado amor (Dir. Ernesto Rimoch, 2001)
Colección IMCINE

“Creo —dice, Ernesto— que la película en relación con la novela es totalmente diferente y a la vez nada diferente. Lo es, en el sentido de que quebrantamos algunas situaciones y reconstruimos algunos personajes. Por ponerte un ejemplo: En el libro dice ’conocí un arquitecto tal y tal’ y nosotros [Ernesto y Eva] desarrollamos 20 minutos con ese arquitecto, hicimos de él un personaje muy rico dramáticamente. A veces hay que decirlo, uno tiene que crear un personaje de la nada, pero no por manosear la obra sino para fortalecerla con los atributos del lenguaje cinematográfico. Y cuando digo ‘nada diferente’ es porque estoy convencido que conserva la esencia, las bondades de su discurso, su espíritu”. (La ruta íntima para conocer México. Por Magali León. Unomásuno. Suplemento semanal Sábado, 12 de mayo de 2001. P. 16).

Finalmente, para Eva Saraga y Ernesto Rimoch lo más significativo al escribir este guión fue “la construcción del personaje principal, por sus complejas características y por el crecimiento que alcanza a lo largo del relato. Beatriz [el personaje principal] es como un outsider, un ser marginal que evoluciona hasta configurarse como alguien ejemplar. Después de haber sido una mujer gris, introvertida, que no se quiere así misma, insegura, dependiente a dar todo por los otros, termina siendo una mujer valiente, congruente con sus decisiones que sabe vivir con intensidad y que logra entregarse aun pese a los costos. Todos esos cambios, todos esos matices, tenían que definirse sin nudos o saltos, fluidamente, para que el espectador disfrutara su película”. (Idem)

Cabe señalar, que este filme en la XLIV entrega del Ariel fue nominado en la categoría mejor guión cinematográfico adaptado. Tanto El anzuelo (1994) como Demasiado amor (2001) han sido exhibidas en diferentes festivales internacionales.

Por otra parte, Ernesto Rimoch considera a Manuel Puig como uno de los mejores guionistas y adaptadores cinematográficos porque “nos da tal vez los mejores ejemplos de lo que se puede hacer con nuestra literatura llevada a la pantalla”. (Fallan las adaptaciones cinematográficas que intentan hacer trasposiciones literarias y no esenciales: Rimoch. Ob. Cit.)

Además, el cineasta fue presidente de la Asociación Mexicana de Productores Independientes (AMPI, 2000-2002) y actualmente (2002) es vicepresidente de la Federación Iberoamericana de Productores.


jueves, 29 de julio de 2010

El juego de la silla (de Ana Katz)


Una reseña de Yvonne Yolis sacada de www.cineismo.com

El juego de la silla es, básicamente, una familia. Cuando la directora pensó en esta historia, no tenía en claro la estructura, los conflictos, la puesta en escena ni el final. Tenía en mente a un grupo de personas frente a una situación muy concreta: Víctor vive en el extranjero y está de paso, por un día, para visitar a su mamá y a sus hermanos. Todos están muy ansiosos por su llegada y esperan compartir con él los rituales del pasado y el afecto acumulado por largo tiempo. Los Lujine –que de ellos se trata– fueron lo primero que surgió; después se convirtieron en una película y en una obra de teatro, alternadamente (primero se rodó, luego se montó la obra teatral durante un año, y por último se editó y terminó el film).

A partir de la lograda caracterización de cada uno de los personajes, de la premisa de la reunión familiar preparada para el hermano mayor y acotando los tiempos y el espacio a un solo día y lugar, Ana Katz desarrolla una comedia de situaciones en la que el humor se cuela a través de la pausada observación de lo cotidiano. Las secuencias se van sucediendo y el concepto es siempre el mismo: lo habitual y, aparentemente, más normal del mundo (un diálogo, una comida, un juego) comienza a coquetear con la locura y se tiñe de patetismo. Es el patetismo de lo cotidiano puesto en escena; lo cercano y conocido que se vuelve siniestro visto con otros ojos.

La narración trabaja sobre esa delgada línea entre la “normalidad” y la “locura”. Va y viene entre la identificación del espectador con los personajes –cualquiera estuvo en una escena similar– y la vergüenza ajena que produce la exposición de las miserias, la estupidez o la verdad inconfesable. Todo esto produce risas, pero, sobre todo, una tensión insoportable. El montaje lento, la puesta en escena algo teatral, la seriedad con que se toman los Lujine cada uno de los ritos (muchas veces absurdos o ridículos) que llevan a cabo, terminan de definir el tono y refuerzan la sensación de que en cualquier momento algo va a explotar.

El film abre con un avión que está por aterrizar y empieza a presentar a cada uno de los personajes. Además de describirlos y de dar pistas sobre lo que está por ocurrir, el relato hace saber que los roles están bien definidos en la familia: cada cual cumple con un papel inamovible. Andrés (Nicolás Tacconi) es rebelde, despreocupado, desordenado y algo “vago”. Laura (Ana Katz) es un poco tonta, ingenua, insegura, muy “nena” para la edad que tiene. Lucía (Luciana Lifschitz) es la hermana menor, llena de entusiasmo y gracia. Silvia (Verónica Moreno), la ex novia de Víctor, es amiga de la familia, callada y tímida, tiene la ilusión de que él la siga queriendo. Nélida (Raquel Bank) es la jefa del hogar y es quien digita los pasos a seguir durante el día de agasajos a Víctor (Diego De Paula). Sus deseos son órdenes; no se le puede decir que no a una madre...

Durante el único día juntos, los Lujine comparten una cena y charlan –frase hecha tras frase hecha– sobre el clima o el tango en Europa. Víctor debe recordar (y cantar) su canción preferida y mirar los videos de su infancia. Laura le dedica varios dibujos y –contra la voluntad de todos– desafina una balada con su guitarra. Lucía realiza una coreografía con música latina a todo volumen. Andrés despliega un elemental inglés para dialogar con su hermano y complacer, una vez más, a mamita. Así, entre éstas y otras situaciones similares, más que un gran conflicto, El juego de la silla va sumando pequeñas tensiones.

El clima festivo que debía tener el reencuentro de los Lujine choca con la decepción, la bronca y el dolor cuando las horas no alcanzan, el amor los desborda, las cosas no salen como lo planearon y los juegos se convierten en algo más que eso. Justamente, el juego (que da nombre al film) de correr alrededor de la silla hasta que queda un solo ganador condensa todo el sentido contenido en el film y, cuando estalla, desencadena mucho más que el final de la película.

Un hombre muy serio (de los hermanos Coen)



A serious man, es una película de los premiados hermanos Coen (No es país para viejos) que incursiona en el drama con un humor negro que arranca más de una buena risotada.
Interesante, descabellada. Una mirada mordaz de las costumbres judías y un aplauso. El final pudo estar mejor. Pero, de todas maneras, vale la pena.
Copio a continuación una nota de Terra (México):

Un Hombre Serio (A Serious Man), la realización más reciente de los hermanos Joel e Ethan Coen, recrea a través de una comedia de humor negro los problemas que ahogan la vida de 'Larry Gopnik', un judío que vive atormentado, luego de que su esposa le revela que está enamorada de un colega y su mejor amigo.

La película forma parte de la 51 Muestra Internacional de Cine que estará vigente hasta el 30 del presente mes en la Cineteca Nacional, que incluye una serie de realizaciones de los más reconocidos directores contemporáneos.

La trama escrita por los Coen, ambientada en el medio Oeste, en la ciudad de Minneapolis a finales de los 60, narra la historia del introvertido profesor de física, interpretado por Michael Stuhlbarg, un profesor que aspira a ser elegido catedrático de la universidad en la que imparte matemáticas.

Pero el mundo se le pone de cabeza desde que 'Judith' (Sari Lennick), su mujer, le exige el divorcio para hacer una nueva vida al lado de 'Syl', un viudo judío allegado a la familia; sin embargo, le pide que sea bajo el ritual de su religión.

Por si fuera poco, 'Gopnik' vive un gran dilema cuando 'Cliv', un estudiante coreano, le exige que lo apruebe, porque de lo contrario su padre se molestará. Luego de negarle el deseo a ese individuo, se da cuenta de que mañosamente le ha dejado un sobre con un soborno con cientos de dólares.

Los problemas en la vida de este profesor aumentarán con dos hijos: 'Danny', próximo a tener su bar mitzvah, y 'Sarah', una hija, que le arranca billetes de la cartera cuando él no está, obsesionada con hacerse una cirugía estética en la nariz. Para rematar, debe soportar a 'Arthur', un hermano parásito, pendenciero y fanático de los juegos de azar.

'Gopnik' no encuentra la salida y en su deseo porque alguien le dé una respuesta y lo haga despertar de esta pesadilla, decide acudir a los rabinos de su comunidad, siendo recibido en primera instancia por uno muy joven e inexperto; luego por otro de mayor experiencia, pero el gran rabino no tendrá tiempo para atenderlo, por lo que su situación se estanca cada día más.

En Un Hombre Serio los Coen parecen regocijarse en hacer una especie de un detrás de cámaras, sobre lo que pocas veces se conoce a fondo en el judaísmo.

Sin duda, después de su filme Quémese después de Leerse, en esta ácida comedia reflejan una parodia de los ritos, costumbres y modos de vida de la comunidad judía del medio Oeste estadunidense, la tierra natal de estos reconocidos cineastas.

Los Coen seleccionaron un reparto que les quedó a la medida para este largometraje en el que participan otras figuras como Simon Elder, quien interpreta el papel del 'Rabino Scott'; Richard Kind como el 'Tío Arthur'; George Wyner, como el 'Rabino Nachter', y Adam Arkin, como 'Don Milcarm', entre otros.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Pesadilla en Elm Street: el origen & Paraíso (de Héctor Gálvez)

Hoy volví al cine. Pero fue distinto: estuve solo. Creo que la última película que vi en el cine Planet, sin estar acompañado, fue la inolvidable DÍAS DE SANTIAGO de Josué Méndez. La semana pasada estuve con un amigo viendo Paraíso de Héctor Gálvez y, ahora, el remake de Pesadilla en Elm Street.
La película no es tan mala. Hasta se podría decir que se deja ver. Aunque en vez de terror, provocaba risas en la sala atestada de gente (la contracara de Paraíso, porque nadie ve cine peruano, a menos que la pela sea nominada a los premios Óscar).

Hablando de los premios Óscar: el único mérito de la película fue darle el papel de Freddy Krueger a un actor que me conmovió en Little Children. Estamos hablando de Jackie Earle Haley.
Eso fue todo.
Mejor -para que el post valga la pena- los dejo con el trailer de Paraíso, una buena película del limeño Héctor Gálvez:



En el diario El Comercio encontré una nota de Sonia del Águila que aprovecha para sacarle detalles al director de Paraíso:

Satisfecho de sus logros e inyectado de una gran confianza para iniciar un nuevo proyecto cinematográfico. Así se encuentra el cineasta Héctor Gálvez, quien con su ópera prima Paraíso ha logrado sobresalir en el cine nacional. Su meta: trascender fronteras con su arte y su envidiable capacidad de plasmar en una historia la vida real.

Paraíso fue estrenada internacionalmente en setiembre pasado en una muestra del festival de Venecia, uno de los tres más importantes del mundo del cine. Los peruanos, recién hace un par de días, tuvimos la dicha de gozar del trabajo de Gálvez.

La historia del primer largometraje del joven cineasta nacional gira alrededor de los problemas que enfrentan cinco jóvenes en su paso a la adultez. Transcurre en el asentamiento humano Paraíso, en Huachipa, lugar donde el cineasta estuvo trabajando para una ONG.

Conocí a los chicos del barrio Paraíso de Cajamarquilla en el año 2000. Llegué a ese lugar para dictar un taller de video. Las madres se habían acercado a la ONG -donde trabajaba en ese momento- para pedirme que hiciera algo con sus hijos, que andaban metidos en pandillas. Así que les propuse hacer un taller de lenguaje audiovisual para generar autoestima en ellos”, recuerda Gálvez.

“Los cinco amigos de esta historia fueron creciendo a propia voluntad en cada página del guión, encarnando las muchas situaciones que fueron tomadas en muchos casos de la experiencia de vida de estos muchachos (…) Ahora que la película está terminada no sé si les hice del todo justicia, si toda la chispa y picardía que tienen en sus conversaciones de grupo han quedado reflejadas, si he tenido los mejores finales para ellos. Uno siempre queda insatisfecho”, remarca el cineasta.

La ópera prima de Héctor Gálvez ha participado en una serie de Festivales. Pero fue en el Festival de Huelva el 2009 que logró alzarse con el premio a mejor guión. Con la esperanza de seguir creciendo en el difícil mundo del cine en nuestro país, ya inició el guión de una nueva película, que –espera- logre grandes reconocimientos y, por qué no, trascienda las fronteras de nuestro país.

Sobre “Tarata” (Fabrizio Aguilar) y “La teta asustada” (Claudia Llosa), Gálvez asegura que son dos grandes producciones del cine nacional. “A más películas habrán mayores reconocimientos y saldrán mayores talentos entre directores y actores”, destacó.

Entre los personajes del filme figuran:

Gabriela Tello: Interpreta a ‘Sara’, una chica que ayuda a su madre en las ventas del mercado. Pese a su pobreza, estudia, y busca superarse en la vida. “Paraíso” es el primer filme en el que participa Gabriela.

Joaquín Ventura: Interpreta a un joven que tras la muerte de uno de sus amigos, sueña con alcanzar sus ideales y metas. Joaquín asegura que la actuación no le roba el sueño, lo que busca es hacer algo detrás de cámaras.

Willian Gómez: Es ‘Lalo’, el palomilla del grupo que pone la chispa en el colegio. William, por el momento dejó la actuación de lado para dedicarse de lleno a sus estudios de diseño.


lunes, 29 de marzo de 2010

Ricardo Darín trabajará con el director brasileño Walter Salles

SAO PAULO [EFE]. El actor argentino Ricardo Darín anunció que participará en el nuevo proyecto cinematográfico del director brasileño Walter Salles, que se rodará en la Patagonia argentina y chilena, informó un medio local.

“Voy a trabajar con Walter Salles ahora, en setiembre o en octubre. La película será rodada en la Patagonia, en el sur de Argentina y una parte sería filmada en Chile, en la zona donde ocurrió el terremoto”, comentó Darín en declaraciones a la revista brasileña “Serafina”. Una confesión que ha entusiasmado no solo a la prensa, sino también a los amantes del cine que esperan verlos trabajando juntos.

UNA PERSONA MARAVILLOSA
El protagonista de El secreto de sus ojos, que ganó este año el premio Óscar a Mejor Filme Extranjero, se abstuvo de revelar detalles de la nueva producción, pero aseveró que “el proyecto está firme”.

Salles es una persona maravillosa, de aquellas que uno conoce y en media hora siente como si fuera un hermano”, declaró.

“En el primer almuerzo que tuvimos, pasamos cuatro horas llorando de la risa, con mucha emoción. Esas cosas no pasan todos los días”, agregó el actor, reconocido en Brasil por sus papeles en El hijo de la novia y Nueve reinas.

Salles dirigió las laureadas Estación central y Diarios de motocicleta, además de debutar en Hollywood en el 2005 con “Dark Water”.

martes, 23 de marzo de 2010

Las cinco películas españolas de Almodóvar

El diario El País de Madrid informa de 5 películas escogidas por Pedro Almodóvar:

Pedro Almodóvar no sólo dirige cine, también lo programa y en las antípodas. El director manchego lleva eligiendo cinco películas españolas para que se proyecten en el festival La Mirada Film de Melbourne. La cita comienza el próximo día 1 y concluye el 11 de abril. La sección se titula Almodóvar presents y en ella elige cinco títulos que para él son joyas del cine español. Esta es su quinta edición. Pese a ser programador, no acudirá a la cita.

Para este año ha escogido:

1. Amantes, de Vicente Aranda;
2. Tésis, de Alejandro Amenábar;
3. Atraco a las tres, de José María Forqué;
4. Mater Amantísima, de José Antonio Salgot;
5. Los tramposos, de Pedro Lazaga.

El festival también proyectará, bajo la sección New Releases, la película coproducida por El Deseo El último verano de la boyita, de la realizadora argentina Julia Solomonoff, y que llegará a las pantallas españolas el próximo 7 de Mayo.

Cabe destacar además, que el festival cuenta desde su primera edición con otros programadores que escogen una película española que se presenta cada año como la película sorpresa. En esta edición participarán Martin Scorsese y Stephen Doldry, aunque habrá que esperar al momento de la proyección para saber qué película española consideran indispensable.

miércoles, 17 de marzo de 2010

El compromiso (de Elia Kazan)


Título en inglés: The Arrangement
Año: 1968
Duración: 127 min.
País: Estados Unidos
Director: Elia Kazan
Guión: Elia Kazan (Novela: Elia Kazan)

Ayer vi El compromiso. Lo hice estimulado por mi primer contacto con la filmografía de Kazan: Esplendor en la hierba. Lamentablemente esta segunda experiencia me dejó decepcionado. La película se me hizo muy larga. Hay flashbacks recurrentes y un personaje atormentado por los recuerdos de casa y por su vida amorosa. No alcanza (la sociedad tampoco le alcanza al personaje). No me gustó.
Encuentro una sinopsis de la pela en internet:

"Un nuevo día comienza para los Anderson: Eddie se va a trabajar, dejando en casa a su mujer y a su hija, pero en la autopista intenta repentinamente suicidarse. Tras una estancia en el hospital, de vuelta a casa se encierra en un mutismo que sólo rompe para intentar reconstruir para su mujer lo que ha sido su último año de vida, en el que su éxito como ejecutivo de una empresa de publicidad y su relación con una secretaria de la agencia, Gwen, no han hecho más que poner en evidencia la falsedad de su vida. A partir de entonces Eddie intenta retomar las riendas de su vida, volviendo sin éxito a la agencia, recuperando su relación con Gwen y asistiendo a su padre moribundo frente a la oposición de su propia familia. En medio de esta crisis personal, recapitula sobre todo lo que ha sido su vida hasta entonces y tiene que hacer frente al intento de su esposa de recluirlo en un hospital psiquiátrico, de donde lo rescatará Gwen."

Sigo insistiendo en que la película es muy larga y resulta aburrida. Sin embargo, comparto una crítica elogiosa de www.criticalia.com:

"Estamos ante un excelente melodrama de implicaciones psicológicas, dirigido por uno de los grandes maestros de la dirección escénica teatral de Estados Unidos, Elia Kazan, un hombre nacido en Estambul, aunque de origen griego, emigrado con su familia en los primeros años de su infancia. Establecido en Nueva York, donde estudió, pronto se labró una notable reputación como actor y más tarde como director teatral. Creó junto a Lee Strasberg el Actor’s Studio, la más famosa escuela dramática del mundo, de donde surgieron talentos como Marlon Brando, Paul Newman o James Dean. Tentado por el cine, comenzó a dirigir películas cuando tenía treinta y seis años, en 1945, y hasta su último filme, en 1976, había rodado diecinueve cintas, entre las que hay algunas obras maestras como “Viva Zapata” , un desbordante ejercicio sobre el poder y la corrupción en política a su manera cuasi revolucionario; “La ley del silencio”, soberbio melodrama sindical, con el que Kazan quiso exculparse por haber delatado a compañeros izquierdistas ante el Comité McCarthy; “Al este del Edén”, drama sobre la juventud angustiada de la posguerra, casi un presagio de los años liberalizadores que llegarían en los sesenta; “Esplendor en la yerba”, donde la sensualidad y el sur se daban la mano; “América, América”, fresco histórico y costumbrista sobre sus antepasados emigrantes a Estados Unidos.
En “El compromiso”, Kazan adaptó su propia novela, contando la historia desgarrada de un ejecutivo en crisis que decide un día, casi de improviso, acabar con su vida. Salvado de la muerte por los pelos, este hombre se replantea lo que hasta entonces ha sido su existencia, y sus relaciones con su mujer, su amante, su padre. Hay sinceridad en este ejecutivo que ha alcanzado relativas cuotas de poder económico a costa de prostituir su vida, en un trabajo que detesta, en una familia que no le entiende. Encomiable labor de Kazan en la dirección, tratando con rigor un tema que, en otras manos, hubiera podido dar un detestable resultado. A ello contribuye sin duda un ajustadísimo reparto, encabezado por el imprescindible Kirk Douglas, formidable como siempre, y a quien siguen impecablemente Faye Dunaway y Deborah Kerr, en papeles especialmente difíciles por ser negativos. Secundarios de la talla de Richard Boone completan esta visión tirando a negra de un mundo sin demonio pero con carne. "



martes, 16 de marzo de 2010

Lecciones de vida /Life Lessons (de Martin Scorsese)

Esta es una de las tres Historias de Nueva York (ojo: no está completa, es una selección de escenas).

domingo, 14 de marzo de 2010

La isla siniestra / Shutter island (de Martin Scorsese)


¿Qué es peor? ¿Vivir como un monstruo o morir como un hombre bueno?

Muchas películas de Martin Scorsese (Nueva York, 1942) generan un impacto muy fuerte en un sujeto como yo que tiene mucha fijación por los desadaptados, los sicóticos y, faltara más, por mis viejas paranoias. En Taxi driver, por ejemplo, uno puede sentir -antes que conmiseración o sentimientos negativos- una especie de empatía con ese infeliz conductor de taxi que parece sumido en una espiral de espantosa irrealidad que lo desbarata, pero no termina por derrumbarlo. En Cabo de miedo, Scorsese puede erotizar, excitar magistralmente, cuando en realidad debería de producir terror y ansiedad (un temible rufián coquetea con una niña que llega a darle el primer beso de su vida).
La isla siniestra es una poderosa exploración de la locura. Una película que oscila entre la verdad (la realidad) y la mentira (las ficciones que pergeña la locura). Leonardo DiCaprio, a estas alturas casi un fetiche del director newyorkino, muestra una solidez actoral en un libreto que puede volver loco a cualquiera. Acá, todo está hecho de espejismos, alucinaciones y desbarajustes emocionales. ¿Quién dice la verdad y quién miente? El personaje busca acorralar a quienes considera elementos negativos. Empero, es él quien termina encarcelado por la irrealidad que transpira cada escena de la película. Como dice Carlos Boyero: el arte de Scorsese bucea en la locura. Scorsese demuestra una vez más que es uno de los más grandes. Y DiCaprio está a la altura de sus tentativas.

El arte de Scorsese bucea en la locura
(por Carlos Boyero)

En Corredor sin retorno, la película más impresionante que he visto sobre manicomios y la capacidad contagiosa de ese vértigo que confunde la realidad, figuraba en sus títulos de crédito iniciales esta temible sentencia de un trágico griego: "A quien los dioses se empeñan en destruir, primero le vuelven loco". Muchos años después, Martin Scorsese, director eternamente obsesionado por los volcanes de la mente, con un largo historial en su cine de protagonistas paranoicos, psicópatas, esquizofrénicos y autodestructivos, aborda en la muy esperada Shutter island las tenebrosas brumas de la enfermedad más indeseable.

Adapta una novela de Dennis Lehane, escritor apasionante y guionista en varios capítulos de la legendaria serie de televisión The wire. Por alguna extraña razón, ya que suelo devorar cualquier cosa que lleve su firma, he demorado la lectura de Shutter island. Y me alegro, porque me hubiera privado de los continuos giros y la apabullante sorpresa final que plantea Scorsese en esta película tensa, compleja, hipnótica y que en determinados momentos puede parecer confusa, aunque pensándola después (algo que revela que te ha dejado poso) descubres que lo aparentemente retorcido tenía coherencia, que el director te puede descolocar con el desenlace pero eso no implica que te haya engañado.

Scorsese ha confesado su admiración por las películas negras, misteriosas y góticas que produjo la RKO en los años cuarenta y cincuenta. Cine de presupuesto escaso y maravillosamente aprovechado, con estilo y aroma. Aquí trata de encontrar esa atmósfera perdida. Y aunque no le cite, también hay transparentes influencias de Hitchcock.

Pero Scorsese, a diferencia de Tourneur y de Val Lewton, dispone de los medios más grandiosos. Los utiliza muy bien. Recreando un mundo febril y enigmático en una isla azotada por tormentas y tempestades. Sus habitantes son los dementes más peligrosos, los guardianes que les vigilan y una corte de psiquiatras presuntamente siniestros que han descubierto la eficacia de las lobotomías. Allí llegan dos policías de élite con la misión de averiguar el secreto que ocultan varias inexplicables desapariciones de enfermos.

Scorsese narra con maestría el angustioso acorralamiento de los sabuesos que hurgan en aparentes maquinaciones. Crea un universo desasosegante, nos ofrece sutiles pistas de que nada es lo que parece, alterna las pesadillas con la realidad. Sales de esta película con sensaciones muy raras. En mi caso, también con la certeza de que no he mirado el reloj a pesar de durar 140 minutos. Es la prueba de que me ha enganchado esta retorcida y enfermiza tela de araña.

La película rumana If I want to whistle, I whistle y la danesa Submarino tienen vocación de tragedia, pero no logran contagiarla. La primera cuenta la crisis de un encarcelado chaval cuando se entera de que la madre va a largarse del país llevándose a su hermano pequeño. La segunda describe los efectos devastadores que sufren en su vida adulta dos hermanos, uno alcohólico y el otro yonki, que tuvieron una infancia desdichada por el abandono y desequilibrio que les creó la borracha de su madre. Ambas están correctamente dirigidas, pero no logro establecer la menor empatía con las toneladas de sufrimiento que almacenan los protagonistas.

Tampoco consigo establecer complicidad y hay un montón de cosas que no entiendo en la española El mal ajeno, exhibida en la sección Panorama. La produce Alejandro Amenábar, la ha escrito Daniel Sánchez Arévalo y la dirige Óskar Santos. Mezcla demasiados géneros con escasa armonía. Identificas las obsesiones del autor de Azuloscurocasinegro y Gordos. También te remite a Abre los ojos. Y el debutante Óskar Santos posee fuerza visual. Todo ello no evita que me pierda frecuentemente en este cóctel de Urgencias, delirios, amores al límite, psicopatías, cine de terror, etcétera. Hay alguna secuencia turbadora pero también muchas más pretensiones que aciertos. Eso sí, te hace reconocer la extrema vulnerabilidad, las contradicciones y los traumas que pueden sufrir los médicos, esas personas obligadas a convivir con el dolor, la enfermedad, el miedo, la muerte.



El último voto / Voto decisivo (de Joshua Michael Stern)

el-ultimo-voto El último voto de Kevin Costner, trailer en español.
Quisiera agradecerles por su hospitalidad. Ha sido muy interesante. Dije muchas cosas que no pensaba y ambos hicieron muchas promesas que probablemente no podrán cumplir. Para ser honesto los últimos días me han parecido como un extraño sueño. Lo que era algo gracioso ya no lo es. Según lo que he leído América casi se muere del susto. Sé que el mundo está mirando, tal vez hasta riéndose la gente en la televisión está diciendo que América de alguna manera se merece este momento. Supongo que eso significa a mí. No puedo decir que he sido algo la mayor parte de mi vida. En algún lugar del camino yo revisé y no es que tuviera grandes sueños pero una vez tuve algo. Algo cercano a la fe y a la esperanza o cualquier palabra que quieran usar para lo buena que podría ser la vida. Pero entonces los años empiezan a pasar rápido y de repente lo que le sale bien a todos los demás no te sale tan bien a ti. Pero esta noche me siento... avergonzado. He tenido mis oportunidades, más que la mayoría. Crecí en un país donde si hubiera decidido hacer más con mi vida que beber e ir a la deriva, podría estar parado tal vez donde están ustedes esta noche. En vez de eso, he tomado todo de gratis y no he dado nada. Estoy avergonzado frente a mi hija y a mi país, nunca he servido ni sacrificado nada de lo que me han pedido. Cosas tan sencillas como prestar atención, votar. Si América tiene un verdadero enemigo esta noche, supongo que soy yo. Esta noche un hombre común va a elegir entre dos hombres excepcionales. Mañana el voto de un hombre hará una diferencia. Porque mañana tendremos un presidente y no simplemente alguien que llene una silla en Washington. Necesitamos a alguien que sea más grande que sus discursos. El tipo de presidente del que aprendamos en la escuela y aún nos importe. América necesita un gran pensador. ¿Saben? Como un gigante, realmente alguien que le dé el frente a nuestros problemas. Alguien que tenga la sabiduría para guiarnos y ponernos en paz con nosotros mismos y con el mundo. Y para que conste quiero que los dos sepan que pienso grandes cosas de ustedes. Esta noche voy a hablar por personas que nunca he conocido cuyas cartas me conmovieron de una manera que no creí posible. Mi primera pregunta viene de Peter Matthews, de Kentucky: "Querido señor Johnson: Mi esposa y yo tenemos 3 pequeñas niñas ambos tenemos dos trabajos sólo tratando de subsistir. Y algunas semanas no lo logramos. Cuando trabajas duro y aún así no puedes ocuparte de tu familia empiezas a cuestionarte como sostén, como hombre. Sé que soy un hombre, he luchado por mi país y estoy orgulloso de ello pero me asusta pensar qué sucederá si una de mis niñas se enferma. ¿Puede preguntarle a los candidatos si somos el país más rico del mundo cómo es que tantos a duras penas podemos vivir?"

EL ESPÍRITU DE CAPRA
(Crítica de Javier Ocaña, diario El País de Madrid)

Ahora que Barack Obama aspira a revitalizar una nación maltrecha, tal y como hizo en los años treinta su homólogo Franklin D. Roosevelt con el new deal, parece que también resucita Frank Capra, algo así como el retratista cinematográfico del espíritu de Roosevelt, en la persona de Joshua Michael Stern, director y guionista de El último voto, sorprendente fábula político-social en torno a unas reñidísimas elecciones presidenciales en EE UU. Y para que no falte de nada, Kevin Costner se reencarna en James Stewart al interpretar a uno de esos héroes anónimos, personificación del ánimo de superación de un país, tan típicos del director de Caballero sin espada y Juan Nadie. Como en Salve, héroe victorioso (Preston Sturges, 1944), un tipo del montón que esconde una gran mentira se convierte en la personificación de todo un pueblo. No en vano, su voto efectuado pero no contabilizado en un principio decidirá la suerte republicana o demócrata de un Estado y, claro, de la presidencia. Lo que aprovecha Stern para disparar contra los medios de comunicación y contra el lado más absurdo de las campañas, dejando clara la futilidad del ideario político en beneficio del puro y simple negocio del voto. Pero lo hace con el convencimiento de que, en el fondo, y tras un periodo de reflexión, el ser humano es, como también pensaba Capra, bueno por naturaleza. Es el sistema el que lo corrompe. Sólo falta acabar con el sistema.


LOS ABRAZOS ROTOS (según Ricardo Bedoya)

Hoy, domingo 14 de marzo, aparece la crítica de Ricardo Bedoya en el diario El Comercio de Lima, a propósito del estreno del último largometraje de Pedro Almodóvar.


Los abrazos rotos, de Pedro Almodóvar, es un melodrama cerebral, frío, distanciado y, por eso, casi espectral. Es como la radiografía de un “melo” clásico, digamos “Sublime obsesión” o “Palabras al viento”, de Douglas Sirk. Los ingredientes necesarios están allí, sin faltar ni uno: las pasiones amorosas se agolpan en una suma de situaciones argumentales improbables y hay escenas de obsesión, de celos desbordados, de fascinación con una silueta femenina, de nostalgia por un pasado trágico. La protagonista —como debe ser— es deseada por dos hombres, el millonario y el cineasta, el protector y el creador, para los que es prostituta y actriz, respectivamente. Dualidad que se encarna en las apelaciones del personaje, Lena (Magdalena-Madeleine, como la protagonista de Vértigo) y Severine, como la Catherine Deneuve de Bella de día.

Pero no solo eso. Las imágenes alternan el arrebato cromático de rojos y amarillos, emblemas de pasión, exaltación y sangre, con las sombras del mundo sofocante del protector, el castillo del vampiro que busca dominar a la mujer hasta someterla. Los gestos de Penélope Cruz se modelan ante una cámara de cine que es instrumento de una indagación fetichista de su apariencia, que a ratos recuerda la de Audrey Hepburn y, más tarde, la de Marilyn Monroe o la de Kim Novak de Vértigo.

Y hay más. Un cineasta ciego que palpa la pantalla en el intento inútil de sentir la textura de los píxeles y se complace escuchando la voz de Jeanne Moreau, y un millonario posesivo que es “sordo” ante las palabras que la mujer que domina le dice a su amante, lo que origina el mejor momento de la película: Penélope Cruz poniendo su propia voz a la de una imagen muda, en una secuencia de confesión, agresión, ruptura, liberación, todo a la vez.

Pero Almodóvar no se satisface con eso: hace dos películas en una y apuesta a la construcción “en abismo”. El melodrama Los abrazos rotos está perforado por elementos de varios géneros: hay acentos típicos del drama criminal negro (el protector tiene un impulso homicida), se cuela el relato de una historia de vampiros que refleja la conducta de los protagonistas, que succionan la imagen y el alma de Lena, y hasta de una comedia en el estilo de Mujeres al borde del ataque de nervios, que es la película dentro de la película, llamada “Chicas y maletas”.

Pero Los abrazos rotos es también una película sobre un director de cine enamorado de la mujer que filma. Es decir, sobre el voyeurismo, la pasión de mirar y la imposibilidad de ver. La visión plena y la ceguera se suceden como formas de relacionarse con el mundo. El vidente Mateo Blanco y el ciego Harry Caine son la misma persona y usan sentidos diversos para acceder a su objeto de deseo: Penélope Cruz es mirada por la cámara y su director para, luego, inmaterial, convertida en imagen, ser tocada por él y restaurada en una fantasmagoría destinada a vivir en el recuerdo del espectador.

Esta es una de las cintas más ambiciosas de Almodóvar. Está llena de ideas, giros, momentos magníficos, referencias más que pertinentes a otras películas y directores (desde Rossellini hasta Fritz Lang). Es “almodovariana” por los cuatro costados, pero se la siente teórica, admirable pero no conmovedora, notable pero no emocionante. Tal vez le falte esa pizca de locura, temperamento, furia, exceso, radicalidad estilística, desprecio por la verosimilitud y falta de pudor al solicitar la emoción o las lágrimas del público que tienen los grandes melodramas, esos que venera Almodóvar, los de Ophuls, Sirk, Curtiz o Minnelli.