domingo, 24 de octubre de 2010

El último exorcismo (de Daniel Stamm)


“El último exorcismo”, de Daniel Stamm, prueba que el género de terror está siempre en movimiento, se actualiza y fusiona con otros géneros, cambia, experimenta. Las primeras imágenes de la película dan una impresión de “ya visto”: la cámara movediza sobre el hombro del operador sigue a un personaje en su actividad ordinaria. Es decir, el truco de “El proyecto de la bruja de Blair” o de “REC”: enfrentar el horror sobreviniente, que rompe lo cotidiano, con el estilo del reportaje. Por cierto algo hay aquí de eso, pero el camino es distinto y, si se quiere, más atractivo, porque el reporteado es el pastor Cotton Marcus (Patrick Fabian). Mediático, cínico, escéptico, permite que lo siga el equipo que realiza un documental sobre su último exorcismo y ante el que descubre sus malas artes. Es un exorcista que no cree ni en Dios ni en el demonio; es un fraude dispuesto a protagonizar un truculento “reality show.

Manteniendo invariable el estilo de reportaje trucado, viajamos con Cotton y el equipo hacia la zona rural de Luisiana, donde llevará a cabo una de sus ‘performances’ frente a una ‘endemoniada’ adolescente, hija de un angustiado y fiel creyente. Es entonces que la película se encamina por vías inesperadas. “El falso documental” empieza a mostrar su capacidad para descubrir un mundo agobiado por la superstición, la superchería religiosa y el fundamentalismo. La ignorancia estimula la credulidad ante el fraude y provoca una violencia que tensa la narración.

Aun sabiendo que el exorcismo de Cotton es un engaño, las apariencias llevan a creer que tal vez exista algo sobrenatural ahí. El clima ominoso que contradice la transparencia y legibilidad de la imagen digital, el ambiente cargado y lo aparatoso del cuadro de transformación de la “poseída” son pistas que conducen hacia el dominio de lo fantástico. De pronto se muestra el revés del miedo, el mecanismo de la ilusión, el truco que provoca escalofríos. “El último exorcismo” juega a desmontar los recursos persuasivos del terror.

Pero enseguida el clima del horror vuelve a aparecer y hasta el tramposo pastor parece empezar a creer en Luzbel. La película nos coloca en una posición de incertidumbre: con la incredulidad suspendida, los espectadores estamos dispuestos a aceptar la presencia demoníaca, pero también la posibilidad de horrores cotidianos, patologías arraigadas, violencia doméstica, incesto. Todo es posible en ese mundo de fanatismos medievales.

Durante casi toda la proyección estamos en el umbral de una explicación realista y científica del asunto que la película se niega a dar. El director Daniel Stamm sabe que las buenas cintas del género de terror se mueven en los intersticios, moviéndose entre lo probable y lo improbable hasta llegar a una inequívoca resolución.

La actuación de Ashley Bell, como Nell, la endemoniada, es clave en este logro: sus gestos y actitudes se mantienen en una zona incierta en la que conviven la inocencia y la perturbación. Como también se mantienen en una frontera los recursos usados en la película: los movimientos súbitos de objetos y torsiones corporales parecen prescindir de efectos especiales elaborados. Todo aquí tiene un aire artesanal, de película barata de serie B.

La secuencia final es, tal vez, discutible, pero redondea la faena fantástica. Es un homenaje, además, a clásicos como “El bebe de Rosemary”, “Magia negra”, de Terence Fisher, y a un gran filme de terror olvidado de los años setenta, “Carrera contra el diablo”, de Jack Starret.

Ricardo Bedoya
Diario El Comercio, Lima.


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