"Carancho" es el "Detour" de Pablo Trapero. Desde el inicio, al ver las fotos de un accidente automovilístico, sabemos que ese personaje apaleado que yace sobre la pista lleva las de perder. Que no existe atajo que le evite pasarla mal y terminar peor porque va en rumbo fijo de colisión. El abogado de licencia cancelada que encarna Ricardo Darín es el outsider típico del cine negro, el hombre sin atributos sentenciado por el destino. Cree que su suerte ha cambiado porque encuentra una mujer que empieza a amarlo y que lo sigue en todos sus tropiezos, pero se equivoca.
Martina Gusmán es la doctora de emergencias que se topa con Darín y se ve arrastrada por su sino. Ella no es una traidora "mantis religiosa" como suelen serlo las mujeres del cine negro, sino otra apaleada, igual que Darín. Sólo los diferencia el lugar del cuerpo donde llevan las cicatrices. Darín las exhibe en el rostro; ella en la parte baja de la pierna y el pie, donde esconde sus pinchazos. Por eso, "Carancho" es una película de amor antes que de crímenes. Mejor, es de amor y de crímenes, porque aquí todo se mezcla en un clima de confusión turbia, corrupción general y pesadilla compartida por la pareja. Son amantes perdedores, víctimas antes que ejecutores. Al ver a Martina Gusmán encerrada en un baño para inyectarse no pude dejar de recordar a la Piper Laurie de "El audaz" ("The Hustler"), encarnación cabal del personaje que se destruye por frustración e incapacidad de hacer reconocer su talento.
"Carancho" es violenta y nocturna, de colores vivos y cálidos, llena de luces rojas o amarillas reflejadas sobre vidrios y superficies lisas, para dar el clima de noches intensas y saturadas (es el lado "Taxi Driver" de "Carancho") y de espacios ceñidos, con planos cercanos de rostros cortados, amoratados, sanguinolentos. Darín recibe más golpes que el Cristo de Mel Gibson, pero en ese ensañamiento no hay complacencia: es la consecuencia lógica de estar entrampado. Pablo Trapero es un cineasta de temperamento, que sabe filmar por igual la sordidez, la descomposición, la crispación de la violencia, el desahogo amoroso, la tensión y el relajamiento. En su obra, "Carancho" está al nivel de "Mundo grúa" y "El bonaerense", sus mejores películas.
Martina Gusmán es la doctora de emergencias que se topa con Darín y se ve arrastrada por su sino. Ella no es una traidora "mantis religiosa" como suelen serlo las mujeres del cine negro, sino otra apaleada, igual que Darín. Sólo los diferencia el lugar del cuerpo donde llevan las cicatrices. Darín las exhibe en el rostro; ella en la parte baja de la pierna y el pie, donde esconde sus pinchazos. Por eso, "Carancho" es una película de amor antes que de crímenes. Mejor, es de amor y de crímenes, porque aquí todo se mezcla en un clima de confusión turbia, corrupción general y pesadilla compartida por la pareja. Son amantes perdedores, víctimas antes que ejecutores. Al ver a Martina Gusmán encerrada en un baño para inyectarse no pude dejar de recordar a la Piper Laurie de "El audaz" ("The Hustler"), encarnación cabal del personaje que se destruye por frustración e incapacidad de hacer reconocer su talento.
"Carancho" es violenta y nocturna, de colores vivos y cálidos, llena de luces rojas o amarillas reflejadas sobre vidrios y superficies lisas, para dar el clima de noches intensas y saturadas (es el lado "Taxi Driver" de "Carancho") y de espacios ceñidos, con planos cercanos de rostros cortados, amoratados, sanguinolentos. Darín recibe más golpes que el Cristo de Mel Gibson, pero en ese ensañamiento no hay complacencia: es la consecuencia lógica de estar entrampado. Pablo Trapero es un cineasta de temperamento, que sabe filmar por igual la sordidez, la descomposición, la crispación de la violencia, el desahogo amoroso, la tensión y el relajamiento. En su obra, "Carancho" está al nivel de "Mundo grúa" y "El bonaerense", sus mejores películas.
Ricardo Bedoya
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