lunes, 8 de marzo de 2010

Crazy heart (de Scott Cooper)



Jeff Bridges personifica a un alcohólico impenitente y, además, cantante de música country. Conocerá a una mujer que lo ayudará a redimirse. Gracias a este papel ganó el premio Oscar a mejor actor principal. Creo que, más allá de su destacada interpretación de canciones, las mejores escenas se dan en su soledad, donde el alcohol se hace dueño de su vida y, luego, cuando confiesa su vicio en Alcohólicos Anónimos. Es inevitable remitirse a Rachel quiere casarse (de Jonathan Demme), otra gran película que aborda con solidez el tema del alcoholismo.


ESE ACTOR, ESE HOMBRE
Escribe Carlos Boyero, Diario El País de Madrid
fuente: http://www.elpais.com/articulo/cine/actor/hombre/elpepuculcin/20100305elpepicin_4/Tes

En ese espectáculo y ensoñación llamado cine cuyo alimento primordial jamás podrán ser esas cosas tan incomibles e imbebibles en términos artísticos de la honestidad y del rigor, sino la magia pura y dura, existen desde su nacimiento, en el mudo y en el sonoro, actores y actrices cuya presencia justifica el precio de la entrada, en posesión de un atractivo interno inmarchitable (también externo, pero saben llevar con estilo las inevitables arrugas y la decadencia física) transmisores naturales de sensaciones impagables. Con algunos de ellos tampoco puedes certificar que su talento sea grandioso, versátil, profundo y camaleónico. Les basta con su presencia, su gestualidad, sus movimientos, su voz, el irrenunciable amor que les profesa la cámara.

En mi mitología particular, Jeff Bridges ocupa un lugar de honor. Siempre me gusta verle y oírle. Si además, su personaje tiene alma y la película es buena, el placer es absoluto. Ha navegado sin mancharse en medio de mediocridades y guiones que no le merecían. Cuando ha existido armonía entre la calidad de la historia, el conductor de ella y la personalidad de Bridges, el resultado es memorable. Ejemplos: La última película, Fat city, Un botín de 500.000 dólares, 8 millones de maneras de morir, Tucker, Los fabulosos Baker Boys, El rey pescador, El gran Levowski, Arlington road, The door in the floor. Nunca recibió premios ni reconocimiento académico por ello. Sí la admiración y el amor del público con paladar y sentido estético. Los galardones de interpretación casi siempre han sido roñosos con Mitchum, Marvin, Connery, Nolte, Eastwood, Bridges, gente dura, sobria y vivida, inequívocamente masculina. Dudo que el menosprecio académico haya perturbado excesivamente a estos auténticos profesionales.

Casi todas las quinielas coinciden en que, por fin, a Bridges le va a caer el Oscar. El vehículo que le puede llevar a él se titula Corazón rebelde. Bridges está ejemplar metiéndose en el castigado cuerpo, la esforzada supervivencia y la resignación ante el prolongado cutrerío profesional y afectivo de un cantante de country que está en las últimas, alcohólico y posibilista, con pavor a responsabilidades familiares y sentimentales, un desesperado estoico al que la vida le ofrece la última oportunidad de redención. ¿Les suena el argumento? Robert Duvall, que aquí ejerce de productor (no puede ser casual) e interpreta a un sabroso personaje secundario, ganó un merecido Oscar con una temática similar en Gracias y favores. Eastwood también visitó ese atormentado universo en El aventurero de medianoche.

Es una película bonita y agridulce, con alguna tentación de blandura, con momentos previsibles, bien contada. Pero tiene algo excepcional. Bridges es creíble y querible, patético y seductor, buscavidas y digno. Es estilo, sutileza, magnetismo, humanidad. Hasta canta bien.


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