La mujer es Monica Vitti. Con sus piernas perfectas, sus labios sensuales y su mirada abstraída, Monica Vitti le persigue; se enamora de ella. Sueña que, de entre todos los hombres del mundo, él es el elegido para darle consuelo y solaz. Llaman a la puerta. Monica Vitti está de pie frente a él, pidiendo silencio con un dedo en los labios. El da un paso adelante, la abraza. El tiempo se detiene; Monica Vitti y él son uno solo.
Pero ¿es el amante que Monica Vitti busca? ¿Calmará la ansiedad de Monica Vitti mejor que los hombres de las películas? No está seguro. Incluso si encontrara una habitación para los dos, un lugar secreto en algún barrio londinense tranquilo y dominado por la niebla, sospecha que ella seguiría escabulléndose de la cama a las tres de la madrugada para sentarse a la mesa iluminada por una única lámpara, perturbadora, presa de la ansiedad.
La ansiedad que sufren Monica Vitti y otros personajes de Antonioni es de un tipo que no le resulta familiar. De hecho, no se trata de ansiedad en absoluto, sino de algo más profundo: angustia. A él le gustaría probar la angustia, aunque solo sea para saber cómo es. Pero, por mucho que lo intente, no encuentra en su corazón nada reconocible como angustia. La angustia parece ser una cosa europea, totalmente europea; en Inglaterra todavía está por llegar, no digamos ya en las colonias de Inglaterra.
En un artículo del Observer se explica la angustia del cine europeo como una emanación de la incertidumbre derivada de la muerte de Dios. No le convence. No puede creer que lo que empuja a Monica Vitti hacia las calles de Palermo bajo la furiosa esfera solar, cuando lo mismo podría quedarse en la fresca habitación de un hotel y que un hombre le hiciera el amor, es la bomba de hidrógeno o el fracaso de Dios en su intento de hablar con ella. Cualquiera que sea la verdadera explicación, tiene que ser más compleja.
La angustia también corroe a los personajes de Bergman. Es la causa de su soledad irremediable. Sin embargo, en relación a la angustia de Bergman, el Observer recomienda no tomársela demasiado en serio. Huele a pretenciosidad, dice el Observer; se trata de una afectación no sin cierta conexión con los largos inviernos nórdicos, las noches de excesos alcohólicos y las resacas.
Empieza a pensar que incluso los periódicos supuestamente liberales -el Guardian, el Observer- se muestran hostiles a la vida del espíritu. Ante algo profundo y serio enseguida adoptan un aire despectivo, se lo quitan de en medio con agudezas. Solo en cotos minúsculos como el «Third Programme» se toma en serio el arte nuevo: la poesía americana, la música electrónica, el expresionismo abstracto. La Inglaterra moderna está resultando ser un país inquietantemente ignorante, muy poco diferente de la Inglaterra de W. H. Henley y las marchas de Pompa y Circunstancia contra las que Ezra Pound abominaba en 1912.
¿Qué está haciendo, entonces, en Inglaterra? ¿Cometió un gran error al venir? ¿Es demasiado tarde para mudarse? ¿Se sentiría más a gusto en París, ciudad de artistas, si lograra aprender francés? ¿Y Estocolmo? Sospecha que espiritualmente en Estocolmo se sentiría como en casa. Pero ¿qué pasa con el sueco? ¿Y cómo se ganaría la vida? (J.M. Coetzee)
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