lunes, 9 de febrero de 2009

El Eclipse: devoción por Mónica Vitti

Se refugia de IBM en el cine. El Everyman de Hampstead le abre los ojos a películas de todo el mundo, realizadas por directores cuyos nombres le resultan nuevos. Va a ver todo el ciclo de Antonioni. En una película titulada El eclipse, una mujer deambula por las calles de una ciudad desierta, bañada por el sol. La mujer está inquieta, ansiosa. No acaba de estar claro lo que le causa ansiedad; su cara no revela nada.

La mujer es Monica Vitti. Con sus piernas perfectas, sus labios sensuales y su mirada abstraída, Monica Vitti le persi­gue; se enamora de ella. Sueña que, de entre todos los hombres del mundo, él es el elegido para darle consuelo y solaz. Lla­man a la puerta. Monica Vitti está de pie frente a él, pidien­do silencio con un dedo en los labios. El da un paso adelan­te, la abraza. El tiempo se detiene; Monica Vitti y él son uno solo.

Pero ¿es el amante que Monica Vitti busca? ¿Calmará la ansiedad de Monica Vitti mejor que los hombres de las pe­lículas? No está seguro. Incluso si encontrara una habitación para los dos, un lugar secreto en algún barrio londinense tran­quilo y dominado por la niebla, sospecha que ella seguiría escabulléndose de la cama a las tres de la madrugada para sentarse a la mesa iluminada por una única lámpara, pertur­badora, presa de la ansiedad.

La ansiedad que sufren Monica Vitti y otros personajes de Antonioni es de un tipo que no le resulta familiar. De hecho, no se trata de ansiedad en absoluto, sino de algo más profundo: angustia. A él le gustaría probar la angustia, aunque solo sea para saber cómo es. Pero, por mucho que lo intente, no encuentra en su corazón nada reconocible como angustia. La angustia parece ser una cosa europea, totalmente europea; en Inglaterra todavía está por llegar, no digamos ya en las colo­nias de Inglaterra.

En un artículo del Observer se explica la angustia del cine europeo como una emanación de la incertidumbre derivada de la muerte de Dios. No le convence. No puede creer que lo que empuja a Monica Vitti hacia las calles de Palermo bajo la furiosa esfera solar, cuando lo mismo podría quedarse en la fresca habitación de un hotel y que un hombre le hiciera el amor, es la bomba de hidrógeno o el fracaso de Dios en su intento de hablar con ella. Cualquiera que sea la verdadera explicación, tiene que ser más compleja.

La angustia también corroe a los personajes de Bergman. Es la causa de su soledad irremediable. Sin embargo, en rela­ción a la angustia de Bergman, el Observer recomienda no tomársela demasiado en serio. Huele a pretenciosidad, dice el Observer; se trata de una afectación no sin cierta conexión con los largos inviernos nórdicos, las noches de excesos alco­hólicos y las resacas.

Empieza a pensar que incluso los periódicos supuestamente liberales -el Guardian, el Observer- se muestran hostiles a la vida del espíritu. Ante algo profundo y serio enseguida adoptan un aire despectivo, se lo quitan de en medio con agudezas. Solo en cotos minúsculos como el «Third Pro­gramme» se toma en serio el arte nuevo: la poesía americana, la música electrónica, el expresionismo abstracto. La Ingla­terra moderna está resultando ser un país inquietantemente ignorante, muy poco diferente de la Inglaterra de W. H. Hen­ley y las marchas de Pompa y Circunstancia contra las que Ezra Pound abominaba en 1912.

¿Qué está haciendo, entonces, en Inglaterra? ¿Cometió un gran error al venir? ¿Es demasiado tarde para mudarse? ¿Se sentiría más a gusto en París, ciudad de artistas, si lograra aprender francés? ¿Y Estocolmo? Sospecha que espiritualmente en Estocolmo se sentiría como en casa. Pero ¿qué pasa con el sueco? ¿Y cómo se ganaría la vida? (J.M. Coetzee)




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