La semana pasada vi Enseñanza de vida (An Education). Les comparto la crítica de Ricardo Bedoya en el diario "El Comercio".
Enseñanza de vida empieza bien: en el Londres de 1961, seguimos a una adolescente en su paso a la edad adulta. Entre las rutinas de la escuela y las exigencias familiares para una postulación exitosa a Oxford, Jenny, de 16 años, se descubre vivaz y abierta a los estímulos culturales que llegan de París. La notable presencia de Carey Mulligan como Jenny y el clima evocativo de época, pintado con trazos rápidos de discreta nostalgia, combinan a la perfección. La mirada brillante de la muchacha y su gesto de curiosidad la emparientan con las actrices que a inicios de los sesenta supieron encarnar la inocencia, la rebeldía, la frescura, la malicia, la inquietud adolescente, la fascinación por romper reglas y devorar la vida, todo a la vez; desde la Rita Tushingham del Free Cinema británico hasta la Jean Seberg de “Buenos días tristeza” y “Sin aliento”.
Por eso, la aventura de Jenny con David (Peter Sarsgaard), el último caballero de aires románticos y aparentes buenos modales antes de la llegada del desbarajuste del “swinging London”, es lo mejor de la cinta. Con él, la chica descubre el goce de los escarceos amorosos, de la fascinación con el dinero gastado en diversión, de las “escapadas” clandestinas de fin de semana. Disfruta del hedonismo y de la “irresponsabilidad” sin preguntar nada, como corresponde a una muchacha curtida en la fantasía de pasar las noches en las “boîtes” existencialistas de moda. Las promesas de la educación sentimental y sensorial adelantan a la ambición de la educación académica.
La cinta tiene una impecable recreación de época y actuaciones secundarias magníficas (el padre Alfred Molina; la profesora Olivia Williams), pero el conjunto resulta insatisfactorio. El último tercio del filme flaquea. La enseñanza de vida se transforma en previsible “lección” y el descubrimiento de la personalidad de David se resuelve con desgano. Como si el encanto previo hubiese sido anuncio fatal de la verdad y sino inevitable del personaje. El retintín moralista de esa conclusión termina irritando.
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