jueves, 5 de enero de 2012

Hermanos/Brothers


Remake' correcto, aunque prescindible

Escribe: Carlos Boyero

Un director español nada pretencioso ni farolero, que ha conseguido un merecido triunfo comercial y crítico con su última y excelente película, me contaba con agradecido pasmo que algunos nombres apabullantes del cine estadounidense, gente tan cualificada y famosa como Paul Haggis, David Fincher y Mel Gibson, se habían interesado en hacer un remake en Hollywood de su bienaventurada criatura. Sabes que desde sus ancestros el cine de los grandes estudios se ha nutrido de los grandes talentos de cualquier parte, que muchos de los creadores del cine europeo encontraron allí los medios más potentes para expresar su mundo, que siempre han existido ojeadores en esa industria intentando captar las voces originales y los argumentos poderosos del cine de cualquier parte, pero en los últimos tiempos Hollywood abusa excesivamente de las versiones, algo que casi nunca mejora al producto original. Puede deberse a la sequía que atraviesa la imaginación de los productores, a la vagancia de readaptar productos que han funcionado muy bien en los mercados nativos. Recurre a ello incluso algún creador tan personal como Scorsese, al hacer en Infiltrados el remake de la película de Hong Kong Asuntos internos. Tengo que hacer esfuerzos épicos para recordar alguna versión que haya superado la calidad de lo que copia. Sería conveniente, aunque también ilusorio, que dejaran tranquilos a los clásicos. Para evitar las comparaciones, por sentido del ridículo.
La película danesa Brothers, dirigida por Susanne Bier (señora que posteriormente rodará en Estados Unidos la dura y conmovedora Cosas que perdimos en el fuego), no alcanza condición de clásico, pero sí poseía una temática compleja, tono árido, sentimientos turbadores, expresividad demoledora. Contaba la trágica historia y la sorprendente evolución de dos hermanos, uno de ellos ejemplar marido, padre, hijo y profesional, el otro descarriado y delincuente, a partir de que al primero se le dé por muerto en la guerra de Afganistán y el segundo intente aliviar la desolación de su cuñada y cuidar a sus sobrinas. El regreso del desaparecido, al que los talibanes han castigado con la peor de las torturas, la imposible integración en su antiguo mundo de este hombre atormentado, la tempestad anímica y fraternal que crean los celos con causa, la sospecha de que dependiendo de las circunstancias de la existencia Caín se puede transformar en Abel y a la inversa, estaba descrito de forma certera. Si la memoria no me engaña, creo recordar que el sexo no era tibio y el desenlace tan terrible como lógico.

Ese apasionante y progresivamente sombrío argumento vuelve a ser recreado por el cine estadounidense. Le encargan el control del barco a Jim Sheridan, algo que no puede obedecer a la casualidad ya que se trata de un director que ha retratado obsesivamente en su notable cine ambientes familiares marcados por la violencia. Ocurría en Mi pie izquierdo, El prado, En el nombre del padre, The boxer y En América. Y el protagonismo a tres intérpretes con prestigio y tiro como Tobey Maguire, Jake Gyllenhaal y Natalie Portman. Primer error de reparto. Al inquietante Maguire siempre te lo vas a creer como zumbado pero escasamente como ser modélico. Si hubiera invertido su papel con Gyllenhaal, esos personajes serían más creíbles. En cuanto a la tantas veces maravillosa Natalie Portman, tengo la lamentable sensación de que está perdiendo luz, de que su presencia es tan correcta como anodina. Las más veraces son las dos crías. Naturales, graciosas, confundidas.

Sheridan suaviza el tono bronco que poseía la historia original. También hace concesiones para que el espectador no acabe hecho polvo ante esta tragedia sin salida. Es una película correcta, pero no tiene capacidad para removerte, para que te identifiques emocionalmente con los traumas de esa gente con la que se ensañó el destino.


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